Por ana cristina restrepo j.
Dejar de existir.
Borrar los mapas que tus pasos trazan a diario, el rastro de tu olor, el sonido de tu voz, el recuerdo de las imperfecciones en tu cara, los pequeños olvidos y extravíos que dan cuenta de tu presencia en el mundo (una ventana abierta, un lapicero, unas gafas...). Extinguir lo que significa que seas y estés.
La epidemióloga Helen Jenkins escribió en The Washington Post que, a veces, cuando vemos una estrella muy brillante en el cielo, la luz ha tomado tanto tiempo en viajar que, para cuando llega hasta nuestros ojos probablemente la estrella ya está muerta. Así es el destello de las enfermedades infecciosas.
Cerrar la puerta, aislarse, anular el afuera real y tangible durante semanas o meses. ¡Desaparecer por la pandemia!
Y ¿la pandemia de la desaparición?
De los innumerables testimonios que recogemos los periodistas e investigadores sociales, tal vez el más doloroso es el de los familiares de víctimas de desaparición forzada.
A lo mejor el cordón umbilical que une madre e hijo —y que nunca queda bien cortado— sea el origen más primitivo, casi instintivo, de la verdad como derecho fundamental de las víctimas de desaparición forzada. La Sección de Primera Instancia para Casos de Ausencia de Reconocimiento de Verdad y Responsabilidad de la Jurisdicción Especial para la Paz, está concentrada en los reclamos del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado, anclados a la daga de la incertidumbre: ¿qué sucedió con la persona desaparecida? ¿Dónde esta su cuerpo?
El propósito: ubicar, exhumar, identificar y dar digna sepultura a lo que queda de un ser humano, cuyo recuerdo es amado por alguien. Este proceso es refrendado por los Convenios de Ginebra y por las obligaciones que incumben a las partes en conflictos armados de buscar a las personas dadas por desaparecidas.
“Todo tiempo es irredimible. / Lo que pudo haber sido es una abstracción / Que sigue siendo perpetua posibilidad” (los poetas siempre lo dicen mejor)...
Mariana Gómez Ladino, trece años, hoy cumple cinco días desaparecida.
Luz Leidy Vanegas Orozco, cuarenta y cuatro años, hoy cumple setenta y ocho días desaparecida.
Sofía Córdoba Vasco, trece años, siete días desaparecida.
Lo más lacerante es que la desaparición en Colombia tiene múltiples formas, causas, agentes, mutaciones: estos tres casos no corresponden a desapariciones forzadas —es decir, no hay evidencias de que sean producto de la acción de agentes del Estado, a quienes la Constitución les ordena proteger a los ciudadanos—.
Existir, recuperar tus pasos, tu olor, tu voz, tus imperfecciones, lo que significa que seas y estés: eso que jamás harán de nuevo los familiares de Sofía Córdoba Vasco. Esta semana fue hallada, muerta, en un bosque.
Del universo de 83.000 víctimas de desaparición forzada registradas por el Centro Nacional de Memoria Histórica, solo 1.746 han sido encontradas con vida. Se calcula que son 120.000 los desaparecidos por el conflicto armado colombiano. Según el Ministerio del Interior, en 426 cementerios municipales yacen 26.395 personas no identificadas.
En medio de la pandemia, la posibilidad de una vacuna es un destello.
Durante décadas, la ineficiencia del Estado ha tratado de auto-inmunizarnos ante las formas de desaparición. La JEP es una luz para miles de familias que habían perdido la esperanza de hallar a sus seres amados: no puede desaparecer.