La confianza es un elemento central en la democracia. Esperamos que los gobiernos que elegimos correspondan a ese voto de confianza y tracen planes efectivos y nos representen de la mejor manera con su conducta. Desafortunadamente, la promesa de cambio del actual gobierno y su bancada en el Congreso se está desvaneciendo progresivamente y tomando otros tintes.
En poco más de un semestre, hemos sido testigos de la semejanza del grandilocuente anuncio del cambio con más de lo mismo, sumado a una serie de comportamientos que suscitan nuevas polémicas. Resulta contradictorio que quienes han ondeado ésta bandera brillen en el Legislativo por su desconocimiento en la manera como opera el Estado y faltas éticas en su comportamiento.
Los mínimos esperados por parte de la bancada del gobierno han sido incumplidos, y esto es sensible porque tanto el presidente de la república como su bancada de congresistas llegaron al poder con la promesa del cambio como mensaje central y promesa de valor fundamental. Lo anterior se ha reducido a la cosmética; discursos cargados de ideología, desprecio por las recomendaciones técnicas y desconocimiento de la opinión de otros actores de la sociedad que difieren de sus visiones.
¿Dónde quedaron los proyectos de ley innovadores que deberían impactar la desigualdad? ¿Qué pasó con el control político o al menos la autocrítica? ¿Cómo se explica la ausencia de discursos e intervenciones rigurosas en las sesiones de las comisiones y plenarias del Congreso? ¿No fue ese el cambio prometido?
En lugar de cambio, se nota una actitud de soberbia y embriaguez de poder que, como toda intoxicación, es pasajera y deja efectos dañinos. El perjuicio en este caso es entre otros a la democracia y a la credibilidad en ella.
Los mensajes del presidente donde anuncia la movilización de la ciudadanía en caso de no ser aprobadas sus reformas, sus decisiones arbitrarias de asumir funciones que no le corresponden, y los artículos en las reformas que le otorgan facultades especiales son una mezcla brutal que pueden deteriorar aún más la confianza de las personas tanto en el gobierno como en las instituciones públicas.
De acuerdo con un estudio publicado por el politólogo alemán Yascha Mounk y Roberto Foa, del Centro para el Futuro de la Democracia de la Universidad de Cambridge, en The Atlantic (2020), los ciudadanos que se desencantan de manera sostenida de la democracia tienden a votar por políticos extremistas que prometen romper con el status quo. Estamos siendo testigos de lo anterior. La ruptura del establecimiento pareciera ser el objetivo del gobierno y su bancada.
El cambio esperado ha resultado más en sensación de revancha y refundación que en una actitud positiva de construcción, en donde la ideología prima sobre la argumentación técnica y donde la ética parece un asunto de poca importancia. Esperemos que el remedio prometido no sea peor que la enfermedad.