Por david e. santos gómez
La cabeza del nuevo progresismo latinoamericano tiene problemas. Y graves. El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador -Amlo, como lo conoce su país y medio mundo- se desinfla con el pasar de los meses y ahora, lejos de su imagen de candidato arrojado es una sombra débil, incapaz de convertirse en la estrella de la izquierda en sus bajas horas continentales. Al destacado Amlo le cuesta superar los cincuenta puntos de popularidad.
El eje de la inconformidad es claro. Para López Obrador nada de lo que pasa en ese inmenso y convulso país que administra es culpa suya. Aumentó la violencia, el narcotráfico sigue campante, la corrupción no da tregua, sus compromisos están cada vez más lejos de cumplirse, y él, cada mañana en ruedas de prensa amplias y personalistas, niega sus responsabilidades. Todo mal es heredado. Cada desgracia tiene la mancha del neoliberalismo.
Y está bien y es entendible exculparse en momentos de traspaso. En horas de transición. El pesado legado del Partido Revolucionario Institucional y sus décadas (siglos) infames, no son menores. Pero López Obrador lleva catorce meses en la presidencia y aún se escucha la muletilla de la culpa ajena.
La semana pasada México se ahogó en indignación tras la tortura y el asesinato de Fátima, una niña de siete años que, a la salida del colegio, fue abordada por una extraña y días después apareció sin vida y con marcas de maltrato. La tragedia se convirtió en un símbolo -uno más- en la escalada de feminicidios que vive ese país. El 2019 cerró con 1.010 casos “registrados” por el Sistema Nacional de Seguridad Pública y solo en enero el número alcanzó los 73. El Ejecutivo se refugia en excusas sorprendentes y la sociedad le reclama más acción. Amlo insiste en que el mal es resultado del viejo modelo económico. “Se cayó en una decadencia. Fue un proceso de degradación progresivo, que tiene que ver con el modelo neoliberal”, dijo el presidente. México no se lo tomó bien.
La vinculación entre feminicidio y neoliberalismo es una muestra más de la dificultad del mandatario para hacerse cargo de un país enmarañado en desgracias. Intolerante a la crítica, ahora como ejecutor muestra una pavorosa incapacidad de reconocer el problema para encararlo. Y así se le va el quinquenio. Uno que buena parte de Latinoamérica veía con enormes ilusiones y se oscurece por la inacción.