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Al fin y al cabo, ¿a quién no le gustaría recibir una carta? Una carta es una demostración de que alguien sacó un momento de su tiempo para pensar en uno.
Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
Hay una vieja caja de una tostadora marca Sumbeam que siempre va conmigo cada que me mudo. La pobre está algo destartalada, pero yo me niego a cambiarla por una más nueva y resistente, incluso más bonita. Y si no lo hago es porque esa caja también tiene una historia, una historia de amor, que se las quedo debiendo. Dentro de esta caja de 30 por 18 centímetros están las cartas que le mandaron a mi padre, sus amores y su familia. Él mismo seleccionó esta caja para guardarlas y cuando murió, mi madre la guardó con recelo por mucho tiempo y luego, cansada de cagar con tanto pasado y nostalgia, me preguntó si la quería, y yo, con esta alma de reciclador de historias, la acepté y hoy la llevo a todas partes, cuido la caja y cuido las cartas, y cada tanto leo alguna al azar para conocer un poco más lo que pensaban de mi padre quienes le escribieron.
Son muchas cartas y, por fortuna, han envejecido bien. Pero hay una preciosa que le escribió mi abuelo el 25 de octubre de 1968. Recordado hijo (empieza). Después de desear que se encuentre bien, de contarle algo sobre unas tías y sus esposos, hay un párrafo que para mí es el más conmovedor. Dice esto: “Por aquí Ramón le cuento que la vaca que le compré con los mil pesos que mandó, tuvo la mala suerte que se le mató la semana pasada, pero no se preocupe porque yo le regalo otra, esas son cosas de Dios; en fin, reciba la bendición de sus padres que tanto lo quieren”. Así termina la carta, no da ningún detalle de cómo se mató la pobre vaca.
No sé cuántas veces he releído ese párrafo. Muchas veces he pensado en la reacción de mi padre, que por aquellos días tendría unos 23 años y estaba de misión en algún pueblo de Antioquia. ¿Cómo un párrafo tan sencillo puede conmoverme tanto y explicarme algo de lo que yo soy?
Justo esta semana leí un curioso libro que se llama “El encantador arte coreano de escribir cartas”, de Juhee Mun, quien es la fundadora y directora de la papelería Geulwoll de Seúl. En esta papelería la gente va a comprar todo lo necesario para escribir una carta: papeles bonitos, plumas, tintas, sellos, etc., y en ese mismo lugar, y aquí viene lo novedoso, es posible sentarse a escribir una carta y enviársela a un desconocido, eso es lo primero que se debe hacer antes de poder recibir una carta de alguien, también desconocido, e internarse en el maravilloso mundo de las cartas que, por cierto, hoy tiene más vida que nunca. Al fin y al cabo, ¿a quién no le gustaría recibir una carta? Una carta es una demostración de que alguien sacó un momento de su tiempo para pensar en uno, y eso, en estos tiempos, de tantos afanes y pérdidas de todo tipo, de soledades y vacíos, puede salvar la humanidad, puede salvar una vida desamparada.