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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

Publicado

Dignificar al maestro

Ojalá que hoy, cuando usted lea esta columna, ya se haya levantado el paro de maestros en Colombia. Ojalá que hoy, los 8,5 millones de estudiantes que no tuvieron clase por más de tres semanas, vuelvan a las aulas reflexivos, inquietos, deseosos de seguir aprendiendo. Ojalá que hoy, después de que los maestros lograron llamar la atención, este paro sirva (haya servido) para que la sociedad le devuelva el significado y el respeto que merece un maestro.

A lo largo de mi vida he tenido la fortuna de tener maestros inolvidables, el primero, el más importante de todos, fue mi padre, un normalista de vieja data que creía que la educación era el único camino posible para hacer algo por este país que él amaba profundamente. De mis 10 tíos paternos, cinco fueron maestros que se graduaron de la Normal de Granada, aquella que durante años fue una de las que más surtió de maestros al departamento de Antioquia. De mis tíos aprendí el amor y la paciencia infinita que se necesitan para enseñar. Ellos, como muchos otros, fueron maestros por convicción, creían que serlo no era un asunto momentáneo, un “escampadero”, era simplemente la vida entera.

De alguna forma, bien o mal, esa generación de maestros corrió con la suerte de pertenecer a un régimen, el 2277 de 1979, que, digamos, valoraba al maestro; y aunque lo que ganaban no permitía tampoco tener una vida ostentosa, al menos muchos maestros de aquel entonces pudieron conformar una familia y, con mucho esfuerzo, sacaron adelante a sus hijos. ¿Con qué? Con más educación, porque como buenos maestros nunca han dejado de creer que eso debe ser lo fundamental.

Luego, tuve la fortuna de tener buenos maestros en mi escuela y en mi colegio, que, por supuesto, eran públicos, mi padre confiaba tanto en la educación impartida en ese entonces que le parecía incoherente que sus hijos estudiaran en instituciones privadas. Él siempre creyó que sus hijos no podían recibir una mejor educación si no era en ese espacio del saber que él había ayudado a construir.

Por estas y otras razones, me duele todo lo que pasa con los maestros, y aunque sé muy bien que hoy tenemos en Colombia muchos profesores que son mediocres y avergüenzan el gremio, yo pienso que los profesores en un país, en un buen país, se lo merecen todo y la sociedad no debería escatimar esfuerzos para compensarlos como debe ser. ¿Exigirles?, por supuesto; ¿evaluarlos?, claro, así como deberían evaluar a todos los profesionales y funcionarios de este país para que haya más coherencia. Los pocos maestros que quedan del viejo régimen y los maestros desmotivados por el decreto 1278 de 2002, saben que en la educación básica se juegan muchas cosas esenciales para que este país cambie definitivamente; tal vez por eso en bloque han pedido algo esencial: dignidad, algo simple, algo sencillo como un buen maestro

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