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Dany Alejandro Hoyos
Columnista

Dany Alejandro Hoyos

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Dos peleas, un muerto, un balón, un café

Por Dany Alejandro Hoyos - @alegandrohoyos

El hombre da un golpe seco en la mesa. Se levanta y grita. Su hijo, con rabia, reniega mientras se lleva a la boca la cuchara con la sopa. La madre, indignada, no sabe qué camino coger. Le duelen los dos, pero le dice al hijo que entre en razón. El hijo les refuta y les dice que los que tienen que entrar en razón son ellos. El padre no puede creer que un hijo le haya salido petrista. El hijo no puede creer que su padre sea tan uribista. La novia del hijo, que está por primera vez en la mesa con sus suegros, no sabe qué hacer, mira el espectáculo con asombro e incomodidad. El hijo no se termina de tomar la sopa. “Nos vamos”, dice. La madre llora. El padre quiere llorar, pero su hombría no lo deja. “¡Andate a lamerle el culo a Petro!”. “Me voy, que de pronto se me pega lo paraco”. Tira la puerta. Se cierra la pelea, pero la herida queda abierta.

Por una calle dos jóvenes llevan puestas camisetas del equipo rojo. Se cruzan con otros jóvenes que tienen camisetas del equipo verde. “Quite de ahí, rexistonto”, dice uno. “Qué va, home, ¡narconal!”, responde el otro. Se miran con furia. Cada uno pertenece a un equipo, a una hinchada, a una pasión. Cada uno ha vivido triunfos, derrotas, ha visto al equipo ganar, perder, empatar. Sienten que los equipos les pertenecen. Cuando ganan, dicen: “¡ganamos!”. Cuando pierden: “¡perdimos!”. Pero ni a los jugadores, ni al técnico, ni las camisetas las escogen ellos. Es un negocio privado. Aun así, están pendientes del equipo, de los jugadores, del técnico, compran las camisetas, la boleta, todo. Es una ilusión, una pasión sin lógica, como deben ser las pasiones. Su alegría es la derrota y la humillación del otro.

Uno de ellos saca un cuchillo. Otro agarra un palo. Uno lanza un navajazo y el otro esquiva. Alguien recibe un golpe en la cabeza. A alguien le sale sangre y se confunde con el color de la camiseta. Hay insultos, golpes, furia. Hay violencia. No hay fútbol. Ninguno tocó la pelota. Ninguno hizo un gol. El partido lo ganó la muerte.

Hay un charco de sangre de color rojo, verde, azul, blanco. Hay un hincha menos. Hay una madre en un entierro. Hay un padre que perdió a su hijo. Hay una novia que se lamenta porque ya no tendrá a su novio. Hay un hijo que murió por una camiseta de un equipo. Hay unos padres que pelearon con su hijo el día en que lo mataron.

Hay un país que se dividió por dos hombres, por dos ideas, por dos líderes, por los que una madre y un padre pelearon con sus hijos, por los que se hirieron amigos, familiares, vecinos. Los dos hombres se reúnen a tomar un café. Se sonríen. El país sigue y la pelota también, porque, como dijo el Diego: “la pelota no se mancha”, y la política es dinámica 

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