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P. Hernando Uribe
Columnista

P. Hernando Uribe

Publicado

El arte de mirar

Por hernando uribe c., OCD*

hernandouribe@une.net.co

Jesús de Nazaret hizo de sus ojos el instrumento prodigioso de comunicación con las personas y las cosas. Con su mirada penetraba en su interior, donde suceden las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma, según S. Teresa.

Jesús tiene un secreto, el de pasar las noches contemplando los ojos del Padre, hasta poder decir: “Yo y el Padre somos uno”. Por amarse, los dos son unidad, la unidad que vino a hacer con el hombre.

Gracias a su mirada, Jesús adquiere dominio del ambiente donde llega. Un día se encontró con un ambiente que sus palabras inmortalizaron para siempre. “A algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola” (Lucas 18, 9), la parábola del fariseo y el publicano, dos hombres que suben al templo a orar. Los dos sintetizan la condición humana.

El fariseo se siente justo y por eso ora de pie dando gracias porque no es como los demás, que son malos, y además se siente distinto al publicano, pues ayuna y paga el diezmo de sus ganancias. El publicano, en cambio, ni siquiera alza los ojos, sino que, golpeándose el pecho, se limita a decir una y otra vez: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!”.

La mirada penetrante de Jesús dejó fotografiada la condición humana en dos palabras que lo dicen todo: justo y pecador. El fariseo, que se siente satisfecho de sí mismo por lo que es y hace, es el verdadero pecador, y el publicano, que reconoce con su actitud que no tiene nada y por eso lo espera todo de Dios, es el verdadero justo.

Dios se hizo hombre con el fin de enseñarle al hombre a ser hombre, como aparece en la parábola del fariseo y el publicano. En la mirada de Jesús encontramos dos aprendizajes. Uno, Jesús penetra con su mirada hasta el más profundo centro de su Padre, la razón de todo. Y el otro, cómo su mirada descubre la verdadera condición humana, la del justo y la del pecador.

Justo es el que vive en sintonía con Dios, y así Dios lo guía siempre en obrar el bien y evitar el mal. Y pecador, el que se centra en sí mismo en la lejanía afectiva de Dios.

La parábola del fariseo y el publicano ocupará siempre puesto de honor en el corazón del hombre. Leerla, meditarla, hacerla entraña viva, constituye la tarea por excelencia de todo el que se interesa en darle sentido a su existencia para siempre.

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