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La memoria de una Nación es su historia. Es el esfuerzo de los grupos humanos por mantener el relato de su pasado, y manejarlo con orgullo y con respeto, como parte esencial de su legado. La historia trabaja aunadamente con la geografía para amalgamar el pensamiento colectivo, la unidad, la identidad y el propósito nacional. La historia tiene el privilegio, como sucesión encadenada de hechos, de convertirse en la verdad políticamente correcta de la Nación.
Se acerca el 7 de agosto y con ello la celebración de los 200 años de la batalla de Boyacá, con la cual culmina victoriosamente la Campaña Libertadora que consolidó la independencia del Virreinato de Nueva Granada. Hecho memorable que amerita profundo análisis, para conocimiento de nuestra idiosincrasia.
En verdad, nuestro proceso libertario tiene su génesis en la rebelión de los Comuneros, en 1781, originada en el Socorro y finalizada, en esta fase, con las capitulaciones de Zipaquirá. Su causa estuvo en el alza de impuestos por parte de la Corona española y la modificación de los resguardos indígenas, con el ánimo de facilitar la expropiación de tierras. Podemos decir, entonces, que sus motivaciones fueron claramente económicas.
En 1793, Antonio Nariño publica la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, documento de la Asamblea Nacional Constituyente Francesa, la cual era de circulación prohibida por considerarse subversiva. Esta conquista de la humanidad tuvo gran influencia en el pensamiento político de la juventud criolla del momento.
Pero como “el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tempestad en Nueva York”, las acciones de Napoleón Bonaparte en Europa, el breve reinado de Jose I Bonaparte en España y la revolución popular del 2 de mayo, impidieron a España prestar suficiente atención a sus convulsionadas colonias, con efecto catastrófico en sus intereses trasnacionales.
En la Nueva Granada el inconformismo y la protesta fueron creciendo. En 1810 se presentaron motines en Cartagena en el mes de mayo, y en el Socorro en el mes de junio. Este fermento llevó a la creación de la Junta de Notables, donde se decidió crear situaciones de conflicto para dar rienda suelta al descontento contra la Real Audiencia Española. Es así como cocinaron las actividades del 20 de julio del mimo año, conocidas como el grito de independencia. Es un hecho que reviste características políticas propiciatorias de la acción militar que desembocaría 9 años después en la independencia de la Corona.
En los años previos al 2010 se discutió entre historiadores y eruditos si la celebración del Bicentenario de nuestra independencia debería celebrarse rememorando los sucesos de 1810 o los del 1819. Era la decisión entre lo político o lo épico. El gobierno del momento decidió apoyar lo segundo y los actos no revistieron mayor lucidez ni trascendencia, pero el pasado 18 de diciembre, en Casanare, nuestro presidente inauguró la celebración del Bicentenario, y en su discurso prometió unir a Colombia y realizar actividades culturales conmemorativas durante los próximos 5 años. De hecho, no puede haber mejor homenaje y celebración que la unión del país alrededor de su identidad.
Para la consolidación del propósito nacional, dadas las características actuales de nuestro país, y “como no se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama”, resulta de vital importancia restablecer la enseñanza obligatoria de la historia de Colombia, como disciplina independiente unida a la geografía y a la educación cívica y ciudadana, y no integrada a las ciencias sociales, como lo establece la Ley 1874 del 2017, aún no implementada y de pronóstico reservado.
*Miembro de La Paz Querida
