Una joven amazona enmascarada ilustra la noticia: “Coronavirus en Cuba, cómo funciona el agresivo modelo de vigilancia epidemiológica contra la covid-19”. El reportaje de la BBC, siempre embriagada por el halo a salitre, rumba y ron que deprende la isla, tiene el tufo de quien se deja embaucar por un trago con las mentiras de las dictaduras rojas mientras eleva hasta la estratosfera las exigencias a las democracias liberales de siempre. Y es que los estándares de exquisitez varían en función del color de la bandera que agita el populismo de turno.
El hecho de que el publirreportaje abra con esa imagen, la de una joven estudiante de medicina a caballo, ataviada con una simple mascarilla y unos guantes de látex con los que sujeta las riendas, ya debería darnos algunas pistas sobre el nivel del “súper agresivo modelo de vigilancia” cubano. Podían haber ido a pie recorriendo la isla, pero no, van a caballo. Tecnología del siglo XIX. Con suerte, los pacientes que visite el ejército de estudiantes reconvertidos en un santiamén en expertos epidemiólogos pillarán garrapatas o pulgas y así pasarán más entretenidos la cuarentena.
Los datos oficiales, con una fiabilidad del 100 % porque no hay nadie que los ponga en duda, señalan que Cuba registró el pasado domingo dos nuevos casos positivos del “bicho”, en una jornada sin fallecidos ni pacientes graves o críticos. En la isla, según esos mismos recuentos realizados por los expertos en contar “síes” en las votaciones del Partido Comunista, solo hay 43 casos activos de la enfermedad, la cifra más baja en el último mes.
Como no podía ser de otra forma, de esos 43 casos activos, todos tienen una evolución clínica estable y el último paciente en estado crítico murió la pasada semana y elevó a 86 los fallecidos en la isla por la pandemia para una tasa de letalidad del 3,69 %.
La verosimilitud de los datos médicos de Cuba, como los de Venezuela, tienen la misma credibilidad que los que llegan de Corea del Norte: cero. Cierto es que, a estas alturas, casi ningún país ofrece cifras reales y todos tratan de maquillar tanto los contagios como los decesos, para no poner en riesgo la tan ansiada recuperación y el regreso a la cauterizada normalidad. Pero en el caso de las dictaduras, las cifras son aún más espurias.
Cualquiera que haya recorrido Cuba, más allá de los pasillos del hotel y de las cuatro calles de atrezo de La Vieja Habana, sabe que un país que se descose desde hace años hecho girones y en el que la vida parece haberse detenido en un desvencijado 1960, no puede ser ejemplo de nada. Donde casi no hay para comer no se pueden obrar milagros por mucha propaganda castrista que nos vendan. Igual que en Venezuela, donde el régimen tiránico que ha expulsado en un éxodo sin precedentes a millones de paisanos ricos y pobres desde hace 20 años cacarea que tiene todo bajo control, incluida la dantesca situación en Maracaibo, cuando los cortes de electricidad y la escasez de agua potable, alimentos y medicinas son el pan nuestro de cada día.
Me asombra la capacidad que las dictaduras tienen para adulterar la realidad. Hasta el extremo de que podrían morir todos y aún quedaría un comunicado oficial afirmando que la situación está bajo control. Pero eso no es lo peor. Lo peor es la bajeza y la inmundicia en la que se mueven personajes bastardos como el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, un falsificador de primera capaz de defender con toda su caradura a Maduro y sus huestes. Según este sinvergüenza, Venezuela es poco menos que un ejemplo para el mundo. Por eso están llenas de exiliados venezolanos las calles de Madrid. Cuánto quisiera que todos esos aduladores de tiranos anduvieran el camino opuesto y se fueran a vivir a aquellos “oasis”. Así la joven estudiante cubana que combate la covid a caballo contaría también con medicina del primer mundo: sanguijuelas .