Los descarados... no saben el daño que hacen. Vamos para Colombia y busquemos a sus descarados. Créame, la lista se vuelve larga y los líderes de las antiguas Farc, hoy ungidos de políticos, se ubican muy arriba.
Eso quedó claro la semana pasada durante el encuentro entre victimarios y víctimas del secuestro, convocado por la Comisión de la Verdad, en el que estuvo Íngrid Betancourt, quien después de 13 años se enfrentó de nuevo a los tipos que le quitaron la libertad por más de seis años.
Para entender la dimensión del descaro, repasemos pildoritas del encuentro. La emotividad y sinceridad (aclaro, la de las víctimas, no de los victimarios) dejó manifiesto el repudio por el vil delito del secuestro y, por añadidura, por los vejámenes que cometieron las manos sangrientas de los guerrilleros. En otras palabras, escuchar los testimonios de los secuestrados fue la confirmación de la capacidad de las víctimas para hacer de la resiliencia un acto de humanidad infinita. Sus voces ratificaron que es posible encontrar tranquilidad en el alma desde el perdón dándole esperanza a una reconciliación que permita construir nuevos caminos.
Eso es una buena noticia...
Hasta que llega la otra parte. Ahí es cuando empezamos a hablar del descaro de las Farc.
La actitud que asumen con las víctimas frente al arrepentimiento, matizada con visos sesgados y acomodaticios medidos por sus intereses políticos, la necesidad de evadir la justicia y la responsabilidad de resarcir materialmente a tantas personas que dejaron sin nada, generan, parafraseando el libro de Íngrid Betancourt, una profunda rabia en el corazón.
Uno de los exlíderes de las Farc, Carlos Antonio Losada, hoy fulgurante congresista, luego de unas palabras desde el alma de uno de los secuestrados, tuvo el descaro de decir que el perdón por parte de ellos llegará cuando les nazca y no para el registro de los medios. Su argumentario fue una colección de ires y venires tratando de justificar que ellos -los guerrilleros- también fueron víctimas de la ausencia del Estado y cuántas cosas más pegadas al discurso maniqueo y rancio de la toma del poder por las armas.
Conclusión: muy difícil lidiar con tipos a los que ni siquiera se les aguan los ojos por los hechos que perpetraron mientras que millones aún lloran de dolor por sus actos. Falta de sindéresis, intereses distintos a un acto de contrición, dirían algunos y, sí, ese es el costo que hoy pagamos nosotros ante la incapacidad que tienen de ponerse en los zapatos de otros.
Aún le falta a la construcción de una idea de paz que impulse la dignidad, la fraternidad y la prosperidad. Una paz donde impere la verdad, la justicia y la reparación. La renuencia de las Farc se vuelve una talanquera que desconoce la voluntad de las víctimas de superar esta situación, se suma a las complejidades emanadas del Acuerdo de Paz. Cuando no hay compasión aparece el descaro en todo su esplendor. Un descaro que pareciera jugar al olvido