Hace treinta años el horror, la sangre derramada y el llanto, se apoderaron de las vidas de muchos colombianos; el establecimiento, conducido por un presidente que solo sabía declamarles a las palomas, tambaleó y fue incapaz de enfrentar con grandeza la toma del Palacio de Justicia por parte de los patibularios del movimiento M-19.
En su lugar, la fuerza bruta y las políticas de tierra arrasada permitieron a miembros de las fuerzas del orden ―que ejercieron el poder de forma desmedida― sembrar más padecimientos cuando retomaron el sagrado recinto de la justicia. Con ello llegaron, también, torturas, muertes y desapariciones forzadas de personas.
Y, algo preocupante, los cadáveres de las víctimas fueron enterrados en cualquier fosa y con identidades...