El rebrote del coronavirus en Europa le da de comer al miedo de los empanicados en Colombia. Estas son personas que continúan proscribiendo la vida social entre nosotros, pues no quedaron contentos con un semestre de restricciones contumaces.
Aceptan de milagro alguna reunión doméstica con cinco amigos, llegan forrados en corazas, se hacen fumigar el esqueleto y los zapatos. Consienten en retirarse de refilón el tapaboca para sorber el vino de la copa y mordisquear las viandas preparadas con ilusión por los anfitriones.
De súbito alguien se atora con migajas de una tostada y comete el crimen de toser. Las miradas lo cruzan como lanzas, alguna lengua tartamudea anatemas mortuorios. El atascado se pone rojo, hace cambio de luces, no sabe dónde hundirse. La pequeña sociedad lo condena al ostracismo sicológico.
Al cabo de minutos se asienta la calma, no sin antes haberse celebrado una liturgia de recorderis con los pormenores del perentorio rebrote local de la pandemia. Una sombra equívoca entra por alguna ventana y la atmósfera casera se turba.
Es fácil aventurar el diagnóstico: propensión al contagio debida al ingreso colectivo bajo el dominio mental del virus. En efecto, quienes habían superado el pavor y optado por las medidas indispensables, tapaboca, lavamanos, distanciamiento, se creen otra vez vulnerables.
El virus, que lo sabe todo -díganlo, si no, los chinos- se frota sus coronas de entusiasmo porque las defensas orgánicas de esta gente están ahora por el suelo. En cualquier momento es capaz de infectar campante.
Hay un autor norteamericano best seller de la Nueva Era, geólogo de petróleos, ingeniero aeroespacial y diseñador de sistemas informáticos, Gregg Braden, quien procura unir ciencia rigurosa con conocimientos ancestrales. Como no todo tiene que ser habladuría en esta corriente tan de moda, Braden abrevió en tres palabras gordas lo que hay detrás del anterior diagnóstico: “tus células escuchan lo que piensas”.
Habría que tallarlas en mármol. No hay ambiente más enrarecido que el de grupos temerosos del contagio. Transmiten la dolencia tal vez más que las goticas volantes de los positivos. Destruyen el sistema inmune por la vía del pensamiento. Bombardean las fortalezas naturales cimentadas en el ánimo, el contento y la confianza.