Por david e. santos gómez
Cada inicio de año, desde hace más de dos décadas, Colombia se pregunta sobre el futuro político de Venezuela. Y casi siempre el diagnóstico falla. Al chavismo se le han anunciado mil muertes y mil muertes ha sobrevivido. Su capacidad de regeneración luego de una crisis —o en medio de ella— es asombrosa, a lo que se le suma una oposición torpe, desordenada y egocéntrica. Ahora, empezando el 2022, el panorama del gobierno vecino aparenta estabilidad y Miraflores incluso alardea un lento crecimiento económico.
Apoyados en una dolarización informal y en la atomización opositora, Nicolás Maduro y el Partido Socialista de Venezuela tienen en frente lo que parece ser una etapa mucho más cómoda que el lustro que antecedió, cuando la comunidad internacional les dio la espalda y Juan Guaidó alcanzó a representar una opción de cambio. El panorama actual es radicalmente diferente y el oficialismo lo sabe. Lo exhibe en su discurso y su fortaleza, que se extiende por dominó desde el ejecutivo al legislativo y a los organismos judiciales, parece poner en aprietos cualquier plan de renovación gubernamental.
Ese mismo ímpetu que se ve desde el poder es una de las razones por las cuales las negociaciones que adelantan las partes con la anuencia del gobierno mexicano de López Obrador caminan a marchas forzadas y se dilatan con frecuencia. El chavismo, que no cedió en momentos de retroceso, no lo hará ahora que se siente ganador. La oposición busca alternativas, pero tiene pocas.
Con esa realidad se torna muy probable que Nicolás Maduro se mantenga en la silla del poder al menos hasta el 2025, año en el que termina su actual mandato. Ideas de procesos legales, revocatorias o renuncias se antojan casi imposibles y la sociedad venezolana, que ha sufrido por liderazgos incapaces y corruptos todo el siglo XXI, se siente hoy aliviada con una bocanada de aire no esperada.
A los venezolanos, tras su insoportable padecimiento, no podemos pedirles mucho más. Entre las consecuencias del desmadre ocasionado por veintitrés años de chavismo está un evidente desapego de los ciudadanos con la política. No la oyen ni la juzgan ni la cuestionan. La consideran parte de un paisaje de terror. La culpable del negro statu quo. En eso, sin duda, la oposición juega un papel protagonista