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Su ataque a las instalaciones nucleares de Irán y la forma en la cual cada decisión comercial que anuncia hace temblar la economía mundial es un ejemplo claro.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
Hace ocho décadas las potencias ganadoras, que sacaban sus cabezas de la debacle de la Segunda Guerra Mundial, se reunieron cerca de Berlín, en el ahora mítico poblado de Potsdam, para cerrar cuentas de la desgracia. Cinco meses antes, las mismas naciones —Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética— habían dado en Yalta los pasos iniciales para finalizar el peor conflicto de la humanidad con, entre otras cosas, la creación de la ONU, la división de Alemania y la propuesta de los juicios a los nazis. En julio y agosto de 1945, en tierra del máximo derrotado —el antiguo Tercer Reich de Hitler—, se pulieron entonces los detalles de la realidad bajo su mandato y Washington y Londres delinearon el concepto contemporáneo de Occidente que en política internacional se utiliza para agrupar valores de la democracia liberal y el modelo de economía capitalista en contraposición con el bloque comunista.
Es esa idea de Occidente la que ahora ha desaparecido.
Si con frecuencia leemos que vivimos el fin del paradigma político que persistió ochenta años es, justamente, porque la herencia de Potsdam murió. El 2025 puede ser señalado como el momento que redefinió la idea del multilateralismo y ese viejo consenso del dominio político de Estados Unidos, que se hizo aún más sólido tras la caída del muro de Berlín en el 89 y la desintegración de la Unión Soviética en el 91.
La desconfianza en la democracia liberal, el crecimiento del autoritarismo, el cuestionamiento al liderazgo de Washington, el aumento de las desigualdades y la lucha evidente entre Bruselas y su faro en América, ha obligado a que, en la mesa del poder, se barajen las cartas de nuevo. Europa lo dijo con toda la claridad posible: este es un nuevo mundo. De nuevas alianzas.
Resultaría inocente no reconocer que el poderío de E.U. es aún hoy irrefutable y el mayor que alguna potencia haya tenido en la historia. Su ataque a las instalaciones nucleares de Irán y la forma en la cual cada decisión comercial que anuncia hace temblar la economía mundial es un ejemplo claro. Sin embargo, su liderazgo es cuestionado con mayor fuerza que antes e incluso viejos aliados ponen en duda su rumbo.
Lo que firmaron en 1945 representó una propuesta (al menos en el espíritu utópico, pero lleno de intereses y componendas) que marcó la pauta de la diplomacia contemporánea. En buena medida la fuerza actual de la Casa Blanca es hija de su éxito. De la apuesta por alianzas y tratados que necesitaron visiones de largo plazo que ya no existen.
Y han desaparecido porque los tiempos de la política al cierre del primer cuarto del siglo XXI son otros. Nos mueven otros afanes. Los liderazgos gobiernan para el aplauso inmediato y en esa realidad los repliegues nacionalistas son inevitables. Es la versión estatal del individualismo la que lleva a que las manos que se tendieron en Potsdam se estén retirando ochenta años después.