En nueve meses —lo que dura la gestación de una criatura humana—, el país estará votando por el presidente que regirá el próximo cuatrienio. Y hasta ahora no se ve nada claro que facilite siquiera especular sobre quiénes podrán pasar a una segunda vuelta, a falta de un líder que desde la primera votación proclame la victoria.
Hay abundancia de precandidatos. Algunos despiertan interés por su preparación. Otros causan hilaridad por sus utopías. Y alguno siembra temor por sus promesas revanchistas. Hay postulantes serios y estudiosos que plantean ideas renovadoras para un país que ha cambiado. También en la cosecha se encuentran aspirantes camaleones que brincan sin pudor alguno de rama en rama buscando nido para aovar. Hubo abundancia de retórica, que excedieron las pocas presentaciones juiciosas que se vieron la semana pasada en la asamblea de la Andi.
El país político tiene que salir del atolladero de lo repetitivo. Innovar y refrescar su lenguaje anacrónico. No más llover sobre mojado. Hay experiencias que se deben aceptar porque son hechos cumplidos. Pretender abolir la JEP y echar para atrás el Acuerdo de Paz no son banderas atractivas. Y menos cuando institucionalmente están en ejecución, gracias a quienes se dejaron engañar con los despropósitos santistas. Son hechos irreversibles. Hoy hay que seducir al votante, sin estacionarse en espejos retrovisores, con propuestas atractivas y realizables. Actualizarse para responderle a unos electores ya cansados de tantas frustraciones e ilusiones malogradas.
El escepticismo ronda en la opinión pública. Hay decepciones acerca del sistema democrático, no solo en Colombia, sino en la región, como lo registran empresas que miden el pulso de la opinión de manera severa y profesional. Para el caso de Colombia, las frustraciones vienen desde la conquista, pasando por la Colonia. la misma formación de la República. Esta ensaya, improvisa, modela acuerdos y pactos sin lograr obtener una nación menos desigual. Rafael Reyes habló a comienzos del siglo XX de más administración y menos política. Luego Olaya Herrera plasmó la figura de la Concentración Nacional para arrimar al Ejecutivo a los conservadores vencidos en las urnas. Más tarde, Ospina Pérez les dio la mitad del gobierno, en lo que llamó la Unión Nacional, a los liberales viudos de poder. En 1958 comenzaron, con Alberto Lleras, cuatro periodos presidenciales del Frente Nacional, en los cuales se rotaron rojos y azules. Posteriormente vino la nueva Constitución de César Gaviria de 1991, que llenó de derechos, más que deberes, a una sociedad que empezaba a hartarse de los dos partidos tradicionales, por anacrónicos y clientelistas. Por último fue el proceso con las Farc, que perdió Juan Manuel Santos en las urnas, pero lo ganó en la mesa de los ingenuos.
La política colombiana ha sido una historia política llena de convulsiones, de pasiones. Presidida por un Estado anacrónico, inoperante, con instituciones ineficaces. Reformarlo a través de una cirugía a corazón abierto es la propuesta que ningún candidato ha ofrecido y sobre la cual está pendiente una opinión pública para decidir en las urnas el futuro del país