El encantamiento es una postura de ánimo que se entrampó en los cuentos de hadas. Lo generaba la varita mágica, dibujada con una estrella en la punta. Desde esos tiempos de hadas madrinas, el encantamiento fue secuestrado y nadie ha pagado rescate por esta palabra.
Pues bien, es tiempo de traerla a la cotidianidad. Enero y sus ensoñaciones, posteriores al alboroto de diciembre, representan oportunidad para comprender su origen. El etimológico de Corominas dice que encantar viene de cantar. Añade que el sentido de encantamiento se explica “por las fórmulas cantadas o recitadas que usaban los hechiceros”.
Hadas y hechiceros se daban la mano para trocar la realidad desangelada, en algo interesante e inspirador. Lo hacían con cantos, especie de mantras o retahílas melódicas y rítmicas. Los niños, de diez para abajo, eran los receptores naturales de las historias encantadas. Sus facultades puras los hacían parientes de esas atmósferas en penumbras.
Enero, con sus cabañuelas al derecho y al revés, su aire recién estrenado, su molicie casi obligatoria, los recuerdos frescos de la temporada verde de paseos con natación, es un lapso propicio para ingresar al estado de encantamiento. Chicos y mayores levitan en el mejor de los mundos posibles.
¿Cómo alargar en el tiempo este paraíso mental, al ingresar de nuevo a la matazón de país que parece ser destino ineludible? En primer lugar, inyectándole a la palabra el significado que la engendró. Es decir, con cantos. Llenar este comienzo de año con música atenta y sensualmente escuchada. Seleccionar las tonadas instaladas en el gusto, ese acordeón de Carmelo Torres, esa voz de Lavoe, esa picardía de Edson Velandia, ese goce de Rosalía.
Leer con los cuatro ojos sobre la trama seductora, sobre los versos latigantes, sobre los textos reveladores. Entrar a los templos del cine a ver las cintas de los maestros que conmocionan. Acercarse al arte con previo conocimiento del arte. Subir a las montañas, respirar el planeta recién evolucionado. Conversar a profundidad con la amada, acariciarse con los ojos también a profundidad.
Estas magias están al alcance de los martirizados. Ayudan a prolongar el estado de encantamiento. Se pueden convertir en actos políticos domésticos que pronto determinarán la salida del infierno, merced al empuje ocasionado por el reencantamiento del mundo.