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El fin de la abundancia

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“Creo que asistimos a una gran convulsión, un cambio radical. En el fondo, lo que estamos viviendo es el fin de la abundancia, la evidencia y la despreocupación, de la liquidez sin coste”. Este fue parte del mensaje grandilocuente y casi apocalíptico con el que Emmanuel Macron, presidente de Francia, inauguró la semana pasada el año político tras el final de las vacaciones veraniegas en el continente europeo.

Su tono se ha sentido como una advertencia para todo el mundo: de aquí en adelante las cosas se van a poner cuesta arriba. Porque en tiempos de guerra, la libertad tiene un precio que exige esfuerzo y sacrificio. Sus palabras, que buscan ser inspiradoras en el mejor estilo épico de Mitterrand, Chirac o Sarkozy, no han caído nada bien entre los sindicatos, que se preparan para dar la batalla en las calles.

Sin embargo, en momentos tan complejos como los que se avecinan, lo normal es que todo líder político intente usar las dotes de oratoria que posee. De qué otra forma, si no es apelando al alma, se pueden transmitir realidades como las que se avecinan: una inflación que no cesa y que, por el contrario, continuará su curso ascendente, subidas desenfrenadas del gas y la energía, escasez de materias primas, sequías tras temperaturas extremas e incendios, y mucha inestabilidad de cara al futuro por los años de guerra en Ucrania que se intuyen en el horizonte.

La retórica y la poética siempre han sido necesarias en la política, tanto por su carácter de bálsamo como por el pragmatismo que exhiben. Y esta ocasión lo ha demostrado. Cuando Macron apela al esfuerzo y al sacrificio en aras de la libertad, lo que busca es inspirar a la gente en medio de las dificultades. El problema es que los franceses sienten que ya se han sacrificado demasiado. Y esta misma sensación se percibe en diferentes países. Tanta dosis de realismo como la que ha planteado el mandatario francés coge a todo el mundo cansado después de tres años de esta ansiedad global que se ha extendido.

Tal vez por eso, muchos líderes han tratado de dorar la píldora, para evitar reacciones populares que les generen otro tipo de problemas y desequilibren la paz social. Macron marcha a contracorriente aunque persiga los mismos fines. De ahí ese momentum retórico en el que describe un panorama oscuro por el que solo se puede transitar con autodisciplina y muchas dosis de solidaridad. Es consciente de que los grandes discursos en momentos de crisis quedan para la posteridad. Y, sin duda, aspira a ella. Lo que pasa es que alcanzar los altares históricos de Lincoln, Kennedy, Churchill o Mandela requiere una energía interior y una capacidad para transmitir ideas y emocionar que muy pocos logran. Aunque hay que reconocer que, por lo menos esta vez, el presidente francés consiguió que todo el mundo le prestara atención. Qué efecto tengan sus palabras está por verse. Pero lo que queda claro es que se acabó lo que se daba 

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