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Ernesto Ochoa Moreno
Columnista

Ernesto Ochoa Moreno

Publicado

El guayacán de Otraparte

Por ERNESTO OCHOA moreno

ochoaernesto18@gmail.com

Relacionando a Fernando González con los árboles, como lo hicimos el miércoles pasado en la biblioteca del Centro Cultural Otraparte, recordé después un texto que escribí hace ya años y del que me atrevo a trascribir apartes en esta víspera de un nuevo aniversario de la muerte del maestro, acaecida el 16 de febrero de 1964.

Está (¿está todavía?), a la entrada de Otraparte, según se llega a Envigado viniendo de Medellín. Es un hermoso guayacán que revienta como un resplandor amarillo en el vértice del terreno donde surgirá el Parque Cultural que, integrado a la Casa Museo, construirá el municipio de Envigado para potenciar la labor de la Corporación Fernando González–Otraparte. (Todo esto es ya realidad).

Ahí está, como un monumento a la vitalidad, como un himno a la Presencia, junto a la ceiba Simona, todavía adolescente, nacida en el techo del templo de Santa Gertrudis de una semilla de las ceibas de la plaza —que tanto amaba el maestro— y que unos meses antes de morir sembró en este sitio Simón González Restrepo; que por eso se llama Simona.

Es muy probable que este guayacán lo haya sembrado el solitario de Otraparte. Revivo sus palabras al padre Ripol en la dedicatoria del Libro de los viajes o de las presencias: “No se dirá murió, sino lo recibió el silencio. Y no habrá duelos, sino la fiesta silenciosa, que es Silencio”. Es la sensación que me invade: una luminosidad silenciosa. Tal vez la eternidad sea eso: un inmenso guayacán amarillo florecido eternamente.

Contemplo, pues, al guayacán de Otraparte, que ilumina como un fanal de luz gualda este sueño hecho realidad que es el Centro Cultural Otraparte. Y recuerdo unos versos de un poema de Fernando González, escrito en 1935 y que apareció en el número 6 de Antioquia, la revista que en 1936 creó el escritor envigadeño para publicar sus escritos y que logró mantener por varios años contra viento y marea, entre odios y escándalos, pero enhiesta siempre su lucha por la verdad y la autenticidad. Se titula “A mi tumba”, en la línea de su poesía dura y densa, antípoda —según su propia expresión— de las versificaciones melifluas de la época, que incluye esta referencia a los guayacanes: “Son las luces, las sombras, los matices/ que hay en el camino para la estación,/ en donde los guayacanes hacen guiños/ a mi corazón”.

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