Dediqué mi columna de la semana pasada a Concepción Cabrera de Armida, (1862 – 1937), más conocida como Conchita, una mujer mexicana que fue beatificada por la Iglesia Católica el pasado 4 de mayo en la Basílica Nuestra Señora de Guadalupe en México. Por ser tanto lo que se puede escribir sobre esta extraordinaria mujer, dedico ahora una segunda parte a su legado espiritual.
Ella fue madre de nueve hijos y enviudó cuando tenía 39 años de su esposo Francisco Armida, tras 16 años de matrimonio. Conchita dedicaba momentos de su vida a la oración y gracias a esto escribía diariamente una cuenta de conciencia de la que se pudieron recopilar 66 volúmenes, los cuales fueron examinados por teólogos expertos desde 1959 cuando se inició su proceso de beatificación. Ella definía la oración como “la voz armoniosa del alma pura que traspasa los cielos y llega hasta el trono de Dios. En ella va la amorosa flecha que traspasa el corazón del amado”.
Gracias a los escritos de Conchita y fruto de su tiempo de oración, en la Iglesia han sido fundadas 18 nuevas instituciones diferentes que hoy se extienden por diversos países, entre ellos Colombia. Cinco fueron iniciadas por Conchita con la ayuda de sus directores espirituales: El Apostolado de la Cruz: (que invita a vivir las enseñanzas de la vida cristiana en la vida diaria y el sufrimiento como una fuente de salvación para el mundo), las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús (religiosas contemplativas que oran por la santidad de los sacerdotes), la Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús (laicos con vida comprometida en la oración y las obras de misericordia, especialmente dirigidas en favor de los sacerdotes), la Fraternidad de Cristo Sacerdote (que promueve la santidad del sacerdocio ministerial a través de la amistad, los encuentros y la vivencia común del espíritu de la cruz) y los Misioneros del Espíritu Santo (Sacerdotes religiosos que tienen, entre otras tareas, la de animar a las cinco obras fundadas por Conchita y sus directores espirituales).
A la ceremonia de beatificación de Conchita, presidida por el cardenal Giovanni Angelo Becciu, prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos en el Vaticano, asistieron miembros de estas congregaciones, así como personas que se han visto edificadas con su ejemplo, aún 82 años después de su muerte. También asistieron varios de sus nietos.
Conchita, dijo el cardenal Becciu, “vivió su experiencia de esposa y de madre, aceptando la responsabilidad de una fidelidad continua”. Por ello pudo vivir tanto la maternidad física con sus nueve hijos como la espiritual con las personas más vulnerables y necesitadas a quienes las asistía espiritualmente.
En su tiempo de oración descubría la vocación particular de velar por la santidad de los sacerdotes, una misión, que como dijo el cardenal Becciu, “es necesaria y actual” en estos tiempos “turbulentos y lacerantes a causa de los escándalos de obispos, sacerdotes, religiosos que han deformado su rostro (de la Iglesia) y socavado su credibilidad”. Y aclaró que la actitud correcta frente a semejante desafío es “la que nos enseña la nueva beata: Sostener con la cercanía espiritual a cuantos viven su vocación con fidelidad y abnegación, que son la mayoría de consagrados”.
Así esta mujer deja un tremendo legado, no solo a quienes profesamos la fe católica, sino a quien quiera aprender de ella, quien dijo en una de sus cartas: “Vive por horas sin pensar en lo que seguirá, llena la hora presente como si fuera la última para ti con solo el fin de agradarme”.