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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

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El mentís del odio

Por Arturo Guerrero

arturoguerreror@gmail.com

La tarea más importante de este año preelectoral es la de ahogar el odio. El odio ha sido inoculado desde hace décadas, si no siglos, en este país de gente amable. Todavía los extranjeros que vienen a conocer regresan fascinados por la afectuosidad de la gente. Somos el país de los diminutivos, sobre el cual cayó el machete.

Esta es la enorme paradoja. La dulzura en el lenguaje y la generosidad en los campos fueron irrigadas de sangre. Hoy, con el apogeo de las redes sociales, estamos hasta el cuello. Quien se aventure a trinar se expone a ser crucificado.

Los últimos veinte años han sido la tapa. El verde de todos los colores se redujo a los tajantes blanco y negro. Estos son los tintes de los extremos radicales. Quien no esté completamente alineado con mi bando es declarado enemigo a muerte. Nadie se salva de ser escarbado en su pasado hasta que se encuentre el mínimo motivo para descalificarlo.

Así las cosas, esto se volvió invivible. Los humanos se torcieron unos contra otros, hasta el punto de regresar a la ley de la selva. Sálvese quien pueda, el pez grande se come al chico, el vivo vive del bobo, bala es lo que hay: he aquí algunos de los nacientes diez mandamientos.

Bajo ofuscación, las personas se encuentran para espiarse, ridiculizarse, clavar a los demás en la picota. El clima sulfuroso hace saltar las chispas, de la voz hasta el gatillo. El aire se vició con partículas volantes de desafío. Están de sobra los semejantes, que todos desocupen el planeta.

De manera que no hay propósito más urgente que encontrar la vacuna contra el odio. Colombia tiene de dónde. Esa nostalgia del terruño que atosiga a los viajeros al exterior, ese encanto con que regresan los turistas extranjeros a sus países, hablan de una sustancia inmemorial alojada en el ser nacional.

Dos elementos podrían acercar a quienes hoy se agarran de las mechas en esta franja tropical. La conciencia de pertenecer unos y otros al jardín que el año entero produce frutos sin cuenta.

Y una mirada a la generosidad de aguapanela y arroz con que los campesinos reciben a los desconocidos en sus casas. La naturaleza y la gentecita sencilla, a pesar de estar aporreadas, son el mentís del odio. Serían la consigna común para los enemigos que olvidaron sus orígenes

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