Para no herir susceptibilidades, como parece que pasó con la columna mía de hace ocho días, no hablemos de dictadores con nombre propio. Ni de gobernantes de cualquier laya, como reyes, gobernantes vitalicios, presidentes reelectos o re-re-reelectos, líderes sempiternos, jefes políticos que se resisten a dar un paso al costado, caudillos que se creen inmortales. En fin, la caterva humana de quienes, desde que el mundo es mundo, se engolosinaron en el poder y son capaces de todo, menos de la única cosa que les corresponde: hacer mutis por el foro. Renunciar que llaman. Irse.
A esos me refería la semana pasada. Mencioné a Franco y Evo Morales por puras coyunturas de actualidad. Qué pena, pero sí, “olivos y aceitunos, todos son unos”, como dicen en España, pero que entendemos bien quienes comemos el maíz de estas Indias. Aquí y allende los mares, el que se aferra al poder y no lo suelta, por los motivos que sean, pretende ser un caudillo y, así lo espera él, acaba siendo mirado como un ser señalado por la divinidad, casi como un Dios (dios, con minúscula, mejor, para no profanar su santo). Los podríamos llamar, entonces, mesías, para entendernos.
No mencionemos los nombres propios de esos mesías. Pero sí hablemos de mesianismo. Alfredo Paredes, en un artículo titulado “Mesianismo político: cómo funciona”, que leí hace ya tiempo en la revista Forbes de México, señala que ante “factores como la crisis económica, la debilidad institucional, falta de credibilidad, inseguridad, corrupción, impunidad y deterioro social..., la paciencia se agota, la esperanza se derrumba y la voluntad popular cae en el abismo de la mediocridad, la impotencia y el conformismo. No hay alternativas de solución, todos los partidos son lo mismo y no hay líderes verdaderos con capacidad, talento e integridad percibida para enfrentar los grandes retos nacionales...”.
Y añade: “Este es el escenario propicio para el surgimiento de una figura carismática, cuasi-iluminada, salvador, redentor, capaz por sí mismo de cambiar todo de un tajo, con un discurso y método simples. La persuasión es la clave de las campañas electorales, la mayoría de los votantes siempre desean, aspiran a que llegue alguien a un puesto para estar mejor, para que las cosas cambien y para que se atiendan los problemas sociales. Nos arrojaron del paraíso por culpa de unos pecadores, pero nosotros tenemos forma de regresar y además mandar a los culpables al infierno”.
Es, entonces, cuando -desde la derecha, desde la izquierda- nos sentimos acosados por el mesianismo. Y por otros demonios que asedian: fanatismo, populismo, intolerancia, y muchos más “ismos” que suelen arrastrar consigo los mesías políticos.