Navidad de 2100, las máquinas son la mayor fuerza laboral del mundo. Los androides están presentes en todas las actividades humanas. En un gigantesco centro comercial de una metrópolis, los escasos hombres y mujeres de carne y hueso pasean entre chips andantes y parlantes. De repente, todos se arremolinan ante un enorme Belén viviente. Solo que la figuración corresponde a las máquinas. Desde la Virgen María a San José, desde la mula al buey, todos los actores son robots. Y en el centro, un pesebre vacío preside un nacimiento en el que no tendría sentido otra cosa, ya que para los androides la reproducción no tiene sentido alguno. Cabizbajos, los pocos humanos que contemplan la escena se alejan desalentados. Todo empezó en el siglo XXI, cuando los hombres decidieron que no necesitaban niños.
Esta escena podría hacerse realidad si seguimos rebelándonos contra nuestra propia naturaleza. Contra el sentido propio de nuestra existencia: la procreación. En “El Planeta Vacío”, un reciente ensayo escrito por los demógrafos canadienses Darrell Bricker y John Ibbitson, se alerta de que, en contra de las teorías de la superpoblación, el número de seres humanos pronto tocará techo y de que una vez que comience el declive este no terminará. ¿Catastrofismo? Las predicciones indican todo lo contrario. Vean.
Solo durante el primer semestre del año pasado nacieron en España 179.794 niños y murieron 226.384 personas. Hagan la resta: son 46.590 ciudadanos menos en sólo seis meses. Nunca desde que en 1941 comenzaron los registros históricos se había contabilizado un número tan bajo de nacimientos y un número tan alto de defunciones. En España, el número de nacimientos se redujo un 6,1% en todo 2018. El descenso acumulado en la última década es de un 29%.
La teoría de la “bomba demográfica”, que apunta a que la población española será en 2100 la mitad de la actual y el país habrá perdido casi dos tercios de su población activa, atemoriza a todas las grandes economías, incapaces de revertir la situación.
La tasa de natalidad española es de las más bajas de Europa. El año pasado se situó en 7,9 nacimientos por cada 1.000 habitantes, cinco décimas menos que la registrada en 2017. Las mujeres tienen cada vez menos hijos y cada vez hay menos mujeres en edad de ser madres. En el 2050, España será junto con Japón el país más envejecido del mundo si no se pone remedio.
Pero no crean que Colombia es ajena a esta tendencia. La urbanización galopante y la pérdida de peso del campo respecto a las ciudades hacen menos necesaria la presencia de seres humanos. Además, las máquinas hacen ya las tareas más pesadas en el campo. No se requieren muchos niños.
El fenómeno es global –hace solo 40 años las mujeres saudíes o iraníes tenían 7 hijos de media; ahora no llegan a 2,5 hijos– y tiene que ver con la estructuración de la vida familiar, con las perspectivas laborales en un mundo supersónico –en el que la incertidumbre constante es una losa que impide planificar a medio plazo– y en la pérdida de los valores religiosos.
Me explico. Los datos demuestran claramente que cuanto más estructurada está la vida familiar más se incrementa la tasa de natalidad. Así, las parejas casadas (civil o religiosamente) tienen más hijos que el resto de parejas. Y las casadas religiosamente, aún más. Exactamente igual pasa con las parejas que tienen la suerte de tener trabajos estables, especialmente en el caso de las mujeres. Estas tienen más hijos, convertidos en un bien casi de lujo ya que, de por sí, no son necesarios en las sociedades urbanas.
La consecuencia clara es que cuanto más desarrollados están los países, mayor es la esperanza de vida y menor la tasa de nacimientos. Resultado: sociedades opulentas y tristes. Países sin futuro. Porque es un hecho que uno de los motores del progreso de la Humanidad, sino el único, es la voluntad de legar un futuro mejor a nuestros hijos, a las generaciones futuras.
Necesitamos más niños. O el pesebre de Belén quedará algún día vacío.