Biden se ganó el sobrenombre de Amtrak Joe por los más de 8.000 trayectos que hizo en los trenes de dicha empresa durante su periodo de senador y vicepresidente. En cuanto le era posible volvía los fines de semana desde Washington a su ciudad, Wilmington, en Delaware. Se cuenta que Biden tomó la costumbre de viajar en tren después de que su primera esposa y su hija murieran en un accidente de coche en 1972.
En Amtrak Joe, el apodo, resuenan ciertas connotaciones cómicas, es ese tipo de calificativo que se le atribuye a un hombre de vida rutinaria, entrañable y no brillante en su oratoria –padece una ligera tartamudez–, segundón en las esferas de poder. Hay más características de este tipo sorprendente que le distinguen del perfil habitual de los presidentes americanos. Biden no puede adornar su currículum con el título de una universidad de élite y tampoco ha acumulado un capital impartiendo conferencias. Su segunda esposa, Jill, es profesora de inglés en un instituto. Como vicepresidente de Obama, Biden no gozó de una gran visibilidad.
Cuando fue elegido presidente, gran parte de los hombres y mujeres de buena voluntad del planeta respiraron: ¿Cómo no preferir este anciano débil a un fanfarrón belicista, racista, misógino y amenazante como Trump? Joe Biden fue recibido como el mal menor. A veces se le veía tan tambaleante que parecía a punto de desplomarse. ¿Cuánto durará? En un universo político aquejado por la propensión al espectáculo y al desparrame, el viejo funcionario nos ha sorprendido a todos. Como si tuviera prisa, por la edad y porque dentro de dos años puede perder su capacidad para aprobar leyes sin un apoyo de las Cámaras, Biden se está atreviendo con políticas osadas que parecerían corresponderle a un líder más joven. Le habíamos juzgado con condescendencia. Biden es de esos líderes que cuando tocan el poder en vez de retroceder aceleran.
Ha vuelto a tender puentes con Europa, ha adquirido un firme compromiso contra el cambio climático, ha nombrado un Gobierno diverso, aplaudido la condena al policía que asesinó a George Floyd, ha impulsado una potente agenda social que él mismo afirma está inspirada por el presidente Roosevelt, y el otro día, a los 100 días de su mandato, apeló a las grandes fortunas a arrimar el hombro. Milagrosamente, el viejo Biden ha impuesto el silencio, a menudo brilla por su ausencia. La amenaza reaccionaria acecha, pero el hombre tranquilo al que se le traba la lengua no titubea en imponer audaces medidas sociales