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Juan José Hoyos
Columnista

Juan José Hoyos

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EL PRIMER VIAJE DEL HOMBRE A LA LUNA

Por JUAN JOSÉ HOYOS

redaccion@elcolombiano.com.co

Entre los relatos que se han contado con motivo de los 50 años de la llegada del hombre a la Luna, me han asombrado las pequeñas historias: la del computador que guio a los astronautas durante la misión Apolo 11; la ceremonia religiosa celebrada por el astronauta Buzz Aldrin después del alunizaje; la historia de la pulsera que Armstrong dejó en un cráter de la Luna.

El computador del Apolo 11 fue diseñado por el laboratorio de instrumentación del MIT reduciendo al máximo su peso y su tamaño y fue uno de los primeros equipos de cómputo en usar circuitos integrados. Había uno en el Módulo Lunar y otro en el Módulo de Mando que se quedó orbitando alrededor del satélite. En tierra, dirigiendo la misión, había un enorme computador IBM System 360.

Los dos computadores de los módulos de mando y lunar tenían una capacidad de almacenamiento parecida a la de las primeras consolas de juegos electrónicos. Hoy, un teléfono inteligente de alta gama tiene una memoria un millón de veces más poderosa y ejecuta sus programas a una velocidad 100 mil veces más rápida.

La limitada memoria de los computadores del Apolo 11 desbordó su capacidad para realizar varias tareas al mismo tiempo. Por esta razón el Módulo Lunar no descendió en el lugar previsto y Armstrong se vio obligado a tomar el control manual para buscar una nueva zona. En el momento en que por fin la encontró, el módulo disponía de combustible para menos de un minuto de maniobras. El corazón de Armstrong latía entre unas 100 y 150 pulsaciones por minuto.

Poco después, Buzz Aldrin ―con autorización de la Iglesia Presbiteriana― celebró en la intimidad un oficio religioso: tomó de su equipaje una hostia consagrada y un poco de vino... y comulgó.

La última tarea de los astronautas fue dejar en la Luna un pequeño paquete con objetos en memoria de los cosmonautas soviéticos fallecidos, así como de los astronautas estadounidenses muertos en el incendio del Apolo 1 en 1967. Además, una bandera americana, una rama de olivo de oro, un disco con declaraciones de los últimos presidentes de EE. UU. y mensajes de líderes de más de 70 países. Finalmente, una placa con un mensaje de paz.

La historia que más me ha impresionado es la de la pulsera. En 1961, a Karen, una hija de Neil Armstrong de dos años de edad, se le diagnosticó un tumor maligno en el cerebro. Aunque recibió tratamiento médico y el crecimiento del tumor se detuvo, la salud de la niña se deterioró de tal modo que no pudo volver a caminar ni hablar y murió en 1962.

El año pasado, después del estreno de la película “First man”, empezó a propagarse la historia de que, antes de regresar de su caminata, Armstrong arrojó a un cráter de la Luna la pulsera que su hija llevaba puesta cuando murió. Él la llevaba consigo como una especie de amuleto. Sin embargo, todo parece indicar que fue solo una suposición de James Hansen, autor de una biografía de Armstrong, basada en el manifiesto de los objetos personales que Armstrong llevaba consigo durante la misión.

La última historia la escuché en la propia voz del astronauta Michael Collins, quien permaneció solo en Módulo de Mando orbitando alrededor de la Luna, esperando el regreso de sus compañeros.

“La primera vez que vimos de cerca la Luna fue un espectáculo impresionante. Era enorme. Por detrás, el Sol parecía una cascada y formaba un halo dorado que iluminaba por completo la ventana de la nave”, dijo. “Pero no se podía comparar con la visión de la Tierra. Esta era el espectáculo principal. Nada igualaba su belleza. Y pensar que la tenemos tan cerca”.

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