La agudeza en el humor y el repentismo como demostraciones de agilidad mental han sido cualidades intelectuales de gran parte de la gente cafetera. En los descansos de las Jornadas del Español que hicimos en la Bolivariana durante un decenio, con la presencia de Belisario Betancur y Otto Morales Benítez, disfrutábamos del ingenioso anecdotario de los dos personajes. Fui el moderador de aquellos memorables encuentros anuales. Los dos egresados ilustres de la Universidad parecían esmerados en aquellos agradables momentos con el reto de ofrecernos un espectáculo de lucidez y buena memoria en el cual, por cierto, no podían dejar de ser los protagonistas, cada cual por su lado.
Una tarde, en una de tales pausas refrescantes de la jornada académica, el expresidente Betancur nos contó esta anécdota que procuro transcribir con fidelidad:
Sucedió en Buenos Aires. El primer mandatario colombiano era agasajado con un banquete por el entonces presidente de Argentina, Raúl Alfonsín. Uno de los altísimos funcionarios del gobernante anfitrión se interesó por saber algo de la ciudad donde había estudiado Betancur, quien le respondió:
-En Medellín.
-¡Ah, Medellín (apuntó el argentino), el pueblito donde murió Gardel!
-¿Y quién era Gardel? -replicó de modo instantáneo Belisario Betancur.
La muerte del inmenso cantante de tango, el 24 de junio de 1935, en el aeródromo de Las Playas de Medellín, fue uno de los acontecimientos trágicos grabados para siempre en la historia de nuestra ciudad. De algún modo resulta explicable que en el exterior, incluso en Argentina, haya quienes, como el altísimo funcionario del banquete, acusen ignorancia sobre la ciudad donde ocurrió la tragedia. Belisario Betancur no perdió ni un segundo para expresarle su protesta al arrogante interlocutor, con la pregunta instantánea y diplomática proporcional a la ofensa: -¿Y quién era Gardel?
Aquí, en “el pueblito donde murió Gardel” y en el propio aeropuerto, campo de aviación o aeródromo local, está el monumento que recuerda al Zorzal Criollo, al Morocho del Abasto, que, dice la leyenda, “cada día canta mejor”. Ese aeropuerto es el mismo que algunos señores patidifusos tienen la intención de cerrar para abrirle espacio a quién sabe que lucrativo proyecto urbanístico. Tal vez quieran reeditar la encarnizada campaña de 1985, que nos dividió entre parque y aeroparque. Al cabo de los meses ganó la sensatez. Desde EL COLOMBIANO fuimos pertinaces en la defensa de la iniciativa del aeroparque: Ahí está, desde entonces, el Juan Pablo II.
Los actuales partidarios de acabar con un aeropuerto esencial se parecen a los que están empeñados en desmantelar a Medellín mediante la eliminación de sus principales referentes urbanos, hasta que deje de ser una de las ciudades más interesantes del mundo y sólo se reduzca a la condición del “pueblito donde murió Gardel”