El escritor norteamericano Thornton Wilder (gran admirador de Fernando González, nuestro filósofo de Otraparte y a quien este dedicó “El maestro de escuela” en 1941) comenta en su conocida obra “Los idus de marzo”, novela epistolar sobre los últimos días de Julio César: “Hemos de tener mucho cuidado con la forma de emplear la palabra opinión. Con muchas pruebas, me aventuro a decir que sé una cosa; con una cantidad más limitada, que tengo una opinión sobre ella; con menos aún, apenas arriesgo una conjetura”.
El concepto, atribuido a Cicerón, se toma, dentro del juego narrativo la obra, de los apuntes de Cornelio Nepote después de una conversación con el ilustre tribuno romano sobre si Marco Bruto era hijo de César. Y añade el Cicerón de Wilder: “Ahora bien: ocurre que en un libro las conjeturas parecen de más proyección que los hechos. Estos pueden cambiarse o anularse por medio de un comentario, pero las conjeturas no se descartan tan fácilmente. Las historias que leemos son poco más que conjeturas disfrazadas de hechos”.
Así son en Colombia las historias (noticias) que leemos, oímos, de las que hablamos día tras día, desde el amanecer hasta la medianoche. Por eso el país se volvió el reino de las conjeturas. En la labor diaria, hablada, escrita o televisiva, de muchos medios de información; en los libros sobre la actualidad, escritos de urgencia para ser vendidos en los supermercados; en muchas columnas de opinión (“mea culpa”, por si acaso); en el cotilleo de corrillos, costureros y tertulias y, por supuesto, en el magín perverso de descalificadores e inquisidores. Los hechos acaban perdidos en la avalancha de las conjeturas y de las hipótesis lanzadas irresponsablemente.
La hipótesis, valga advertirlo, se confunde con la conjetura. Tanto en el método experimental como en el del conocimiento teórico, la hipótesis parte de una intuición, de una anticipación o de analogías y verosimilitudes, no dejando de tener algo de arbitrario el hecho de llenar con una hipótesis esos vacíos del saber que no permiten todavía plantear una tesis.
Ahora bien, el periodismo no es una disciplina de hipótesis, y mucho menos de conjeturas. Haber caído en esta moda ha desvirtuado el llamado periodismo de interpretación o investigativo. Que es un método de búsqueda de la verdad objetiva, indagando antecedentes, concomitancias y consecuencias de un hecho, pero no sacándolo a flote a punta de meras adivinaciones y conjeturas con las que la información se vuelve desinformación. Porque, frente a un hecho, cualquier hipótesis (que a veces es solo una interpretación apresurada) es posible. También en el reino de la conjeturas, como en la guerra, la verdad es la primera víctima