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Juliana Velásquez Rodríguez
Columnista

Juliana Velásquez Rodríguez

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El reto del café y una cruzada por el debate

Por Juliana Velásquez Rodríguez

JuntasSomosMasMed@gmail.com

“El objeto de toda discusión no debe ser el triunfo, sino el progreso”, decía Joseph Antoine René Rubert. No puedo estar más de acuerdo con esta afirmación, pues los debates, como todo en la vida, deberían perseguir un objetivo y lo ideal es que ese objetivo se aleje de intentar convencer al otro.

Este artículo tiene como propósito reflexionar sobre nuestra realidad y el porqué estamos conviviendo como sociedad en varias realidades y con varias verdades. El interés no es analizar lo pasado, pues está sobreanalizado. El interés, si se recibe, es abrir la posibilidad de empezar una cruzada para rescatar el valor del debate, concepto en vía de extinción; rescatar la posibilidad de hablar de todo, de tener opiniones y, sobre todo, de escuchar opiniones. Estamos, como sociedad e individuos, enfrascados en una obsesiva lucha por “llevarnos el punto” y en el camino perdimos la capacidad de encontrarnos con una sola verdad y diferentes opiniones, y ese freno llamado respeto y empatía lo atropellamos con insultos sin sentido, que lo único que ofrecen es una sensación de bienestar efímera por haber ofendido al otro.

Una sociedad con individuos pensantes y con diferentes puntos de vista es una sociedad fascinante, sea cual sea su forma. Desde la mesa familiar hasta un debate político de cualquier magnitud. El peligro de un pensamiento homogéneo es la verdadera pérdida de la verdad y la muerte del progreso. Pero ¿cómo rescatamos el valor del debate? ¿Cómo nos sentamos a conversar con alguien a quien nos acostumbramos a odiar por pensar distinto? Para esto, los invito al reto del café.

Durante el 2021 me propuse hacer un reto del café con los simpatizantes del Paro Nacional. Me tomé un café virtual con mas de 85 personas de todo tipo. Fui feliz, fui completa y fui menos ignorante. ¿Por qué un café?

Un café colombiano y esa mágica experiencia de tomarse un café con alguien. Que sea distinto, que piense distinto. Prométase a sí mismo y exíjale que saquen de la mesa los insultos personales que amargan el café. Comprenda que la realidad del compañero de café, como la de usted, está compuesta de su historia, sus experiencias y la información a la que ha tenido acceso. Conozca esa historia, entienda los ingredientes de un pensamiento antes de juzgar el pensamiento mismo. No hay proceso más valioso de aprendizaje que la observación. Rescate lo bueno de las palabras del otro, pues siempre, le aseguro, hay un punto en común, que de manera repetitiva nos acerca a un aproximado aceptable sobre lo que está bien y mal. Empiece usted con el punto de encuentro como punto de partida para expresar su opinión y muestre durante su café respeto y empatía. Palabras sobreutilizadas pero que requieren gran valentía para su aplicación diaria. Sea usted quien calme los ánimos si su compañero se exalta y llévelo de nuevo a la opinión. Hágase la promesa de no ofenderse, pues ¿de qué nos ha servido ofendernos hasta ahora? Termine su café sin la expectativa de haber ganado una batalla, probablemente gane un amigo, o probablemente gane historias, respeto y convivencia, y, por ahí derecho, humanidad.

¿Qué pasaría si de un hecho tan nuestro como un café renace la cultura del debate? ¿Qué pasa si rescatamos el valor de una conversación y la fraternidad entre nosotros? Podríamos despertar de ese pensamiento temeroso y esa posición segura de “no hablar de política, religión, etc., porque terminamos peleando”. Hablemos de todo y con todos. Hablemos, discutamos, conversemos, debatamos. El propósito citado por René Joubert es potente: el progreso.

El progreso es la obsesión actual de todos, es nuestra ilusión en medio del caos. La invitación es perseguirlo a través del rescate del valor del debate y del conjunto de buenas conversaciones y, por qué no, alrededor de un café 

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