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Por Juan David Ramírez Correa - columnasioque@gmail.com
Video de TikTok. Seis segundos. Suena una flauta que llama a la ternura. Es la melodía de la canción Married Life, banda sonora de la película Up. En la imagen se ve a Esteban Restrepo, candidato a la gobernación de Antioquia, quien con una agilidad pasmosa salta cuatro escalones. El plano se cierra y se limita a sus zapatos. Hay un tobillo torcido y el zapato izquierdo se sale del pie. Por arte de magia, de la bota del pantalón aparece una mano que saca del zapato un volante que dice: “Esteban Restrepo, gobernador”.
El video es ridículo. Sí, no le demos vueltas... es ridículo y estamos hablando de uno de los aspirantes a orientar el territorio donde viven cerca de siete millones de personas.
Desde el fenómeno Barack Obama en 2008, las redes y los escenarios digitales sentaron un hito en el camino de la comunicación política. Para Obama el poder digital fue clave por la cantidad de herramientas para entregar ideas y por las múltiples opciones de interacción con seguidores del candidato. De esa forma, el potente mensaje central de campaña, Yes, we can, caló profundamente en la sociedad americana.
El mundo, entonces, estuvo abierto a un nuevo relacionamiento con los políticos desde las redes sociales. Hasta que la data y la analítica mostraron el lado poco benévolo, Cambridge Analytica, donde quedó claro el poder que se obtiene cuando se perfilan cuentas y se manipulan emociones según el comportamiento de navegación de los usuarios y se propagan contenidos que condicionan el comportamiento. Cientos de prácticas de ingeniería social plantearon una amenaza real a la democracia a la hora de las decisiones electorales, mientras que la toxicidad digital crece de forma exponencial. El ganador aquí, por ejemplo, fue Donald Trump.
Lo bueno y lo malo de lo digital puesto al servicio de la política.Ahora sumemos un agravante a la comunicación política en redes sociales, la banalización de los contenidos que está llevando a que la ridiculez y la política hagan un maridaje perfecto.
La sed de viralidad y la necesidad de que los algoritmos sean benevolentes han hecho que muchos políticos, especialmente los populistas, proyecten una imagen poco digna, sin ética ni moral, que se vale de cualquier cosa para llamar la atención. El objetivo es taladrar la mente de la gente desde cualquier consideración, pero lejos de las propuestas. Creen que los votos se ganan en un circo donde se desvirtúan las ideas.
El título de esta columna retoma un término usado por la catedrática de la comunicación de la Universidad de Alicante, Marta Martín Llaguno: “El ridículo político es una espiral del esperpento que degrada la democracia”. Lo triste es que detrás de esto hay estrategas políticos a quienes poco les importa convertir a los políticos en chistes o memes (bueno, hay algunos que lo hacen por convicción).
¿Votaría usted por esos candidatos que hacen el ridículo en redes? Si lo duda, regrese al inicio de esta columna para que encuentre una respuesta.