Lo habíamos pronosticado en pasada columna: que Maduro podría repetir el ciclo de Fidel Castro en Cuba. Es decir, atornillarse en el poder aprovechando no solo el sentimiento antigringo que existe en buena parte del mundo, sino la moda populista que agita el continente. Y para conseguir ese propósito, encontraría, como en su momento lo halló Castro, el amparo económico y político en países del área socialista. Rusia, como lo hizo con Castro, y ahora China, constituyen los dos soportes con los cuales se sostiene la dictadura venezolana.
Esta dictadura se va reforzando con la aparición de nuevos actores en el elenco para ampliar el sindicato de la izquierda populista en Latinoamérica. Lula, ahora liberado en el Brasil. López Obrador, arriba en México. Fernández, abajo en el sur argentino. En el centro, en la mejor esquina de América, Colombia, que se estaría acercando al callejón de los sustos electorales, si persiste en resquebrajar su viejo establecimiento dadas las divisiones, maniobras, arrogancias, egoísmos y torpezas de quienes han manejado y usufructuado políticamente por tantos años el régimen institucional.
Pero la endemia amenaza con extenderse. El otro jayán del vecindario y hermano siamés de Maduro, el señor Diosdado Cabello, ha manifestado que la brisita de asonadas que sopla sobre países de América, muy pronto se va a convertir en huracán. Alborozado proclama que la revolución chavista se extenderá por toda América desde el Río Grande hasta la Patagonia. O sea que esos movimientos con piedras y bombas que sacuden las calles de Santiago de Chile, Bogotá, Quito, de una juventud inconforme revuelta con delincuentes encapuchados, se puede regar por buena parte del vecindario. Y la respuesta a los gurúes que sentenciaban la eminente caída del brutal Maduro.
Este represivo personaje ha recibido un espaldarazo de la Onu. En Colombia, por razones de la contienda electoral, pasó casi inadvertida la elección de la Venezuela de Maduro como miembro del Consejo de Derechos Humanos de la Onu. Es probable que en esta decisión haya pesado tanto la fuerza de las izquierdas extremistas y populistas, como la animadversión hacia los yanquis. Determinación que no solo es una bofetada al sistema democrático del cual se ha salido el autócrata Maduro, sino un crimen contra la memoria de los miles de venezolanos que han caído víctimas de las balas y del hambre causado por el narcochavismo, como obligados a abandonar sus hogares y su país, en un éxodo inhumano sin precedentes en América.
Constituye esa elección, una bofetada contra todos los tratados, convenios y pactos firmados para garantizar la vigencia de los derechos humanos y una decisión infortunada que fortalece el imperio del absolutismo y debilita la política de aislamiento al gobierno venezolano impuesto por parte de la comunidad internacional con la inútil OEA a la cabeza.
El apoyo de la Onu a la Venezuela del capataz, matriculándola en el Consejo de Derechos Humanos, aproxima más a Maduro al récord del ejercicio del despotismo que ostentan los hermanos Castro en la Cuba de los barbudos.