“Si conocen historia no es por haber leído, sino de haberla visto en el cine americano.Con grandes escenarios y música grandiosa, en el sutil estilo de los americanos”, cantaba Piero hace algunas décadas, acusando ya desde entonces a los gringos de deformar la historia con sus películas, pensando acaso en aquella Cleopatra de piel blanca y ojos púrpura. Muchos años han pasado de aquel señalamiento y aunque lasgrandilocuentes superproducciones históricas siguen haci éndose, habría que añadir a la canción que el lado positivo de esa compulsión estadounidense por narrar su historia como si fuera la historia universal (aunque en parte sí) es que todavía en Hollywood hay muchas personas que sacan adelante películas que no tendrían ni la más mínima posibilidad de venta frente a productores movidos solo por el dinero o de ganar algo en festivales prestigiosos y convocatorias estatales, por la única razón de que sienten que son historias que deberían ser contadas. Y porque saben que “los americanos” siguen prefiriendo ver películas que leer libros de historia.
Que esa sea la razón para que exista “¿Cuánto vale una vida?”, de Sara Colangelo, estrenada en Netflix hace unos días, nos debería alegrar, pues permite que conozcamos un episodio que, aparte de sumarse a las historias que hemos oído durante los últimos días en que los medios recuerdan la tragedia del 11 de septiembre de 2001 en New York, tiene valor en sí mismo por las preguntas éticas y filosóficas que nos formulamos al verla. El personaje central de la película es Kenneth Feinberg, el abogado que asumió la dura tarea, junto con su firma legal, de calcular el tamaño del fondo económico necesario para compensar a las víctimas del atentado a las Torres Gemelas y convencerlas de que recibieran esos recursos en lugar de demandar a Estados Unidos por negligencia, por ejemplo. No hay una intención abierta en el guion de Max Borenstein de hacer hagiografía o de pintar a Feinberg como un héroe. Justamente esa es la mejor parte de este retrato pintado sin ahorrar claroscuros: al comienzo nos presentan a Feinberg como alguien que cree que puede resolver la pregunta de cuánto vale una vida fácilmente, pero conforme pasan los
meses y se van encontrando con las particularidades de cada historia, él mismo, a pesar de su vanidad, entiende que cada vida es única, o que afirmar que alguien valía más porque ocupaba un cargo más alto, no sólo es impopular, sino que es casi
inmoral.
Michael Keaton y Stanley Tucci prestan sus enormes talentos para esta película que va demoliendo nuestras prevenciones a punta de humanidad. Colangelo, poco dada a la pirotecnia visual, encuadra con austeridad para que el espectador comprenda los distintos dramas personales a través de un reparto superlativo, incluso en el más común de los papeles. Al final, la película consigue ser un poderoso y emotivo drama, sin dejar de ser el recuento de un pleito jurídico. No muchas cinematografías logran hacer películas que consigan ese equilibrio. Por eso a veces, a pesar de Piero, hay que quitarse el sombrero ante “los americanos”.