El éxito del bitcoin y de otras criptomonedas radica en que ningún Estado ni banco central puede adulterar su valor. En esencia, su precio queda al margen de la política y de sus tretas, y es el libre mercado, la ley de la oferta y la demanda, su único soberano. Por tanto, se trata de la más democrática de las divisas, algo que he descubierto recientemente, por mucho que sus oscilaciones puedan sacudir al inversor y que no exista ningún respaldo tangible y real detrás de su valor, hecho por el que es precisamente libre.
Imaginen a un puñado de críos cambiando cromos de fútbol. Solo ellos ponen valor a las estampas más solicitadas y son los más hábiles en el regateo los que obtienen mayores beneficios en los intercambios. En esencia es lo mismo. El único respaldo es la cuantía monetaria original al comprar esos cromos. Luego es el mercado el que rige su valor, que puede llegar a ser millonario, como saben muchos coleccionistas. Un ejemplo más cercano aún es el de los sellos, las monedas o los billetes.
Y ya que hablamos de billetes, analicemos la entrada en circulación del primer billete de un millón de bolívares en Venezuela y por qué una nación rica se ve forzada a emitir papel-moneda por una cuantía tan desmesurada pese a que su valor de mercado apenas es de 43 céntimos de euro, según la tasa oficial, que será aún más hilarante en el mercado negro. Calderilla, como decimos por aquí para referirnos a la morralla.
En realidad, lo de Venezuela no es algo nuevo. Tenemos recientes ejemplos de cleptocracias que se han visto forzadas a tratar de alterar la realidad con emisiones de moneda absurdas, aunque el mercado les devuelva de una patada instantánea a su triste día a día. Y es que Venezuela va camino de batir un récord que hasta ahora estaba en poder de la Zimbabue de Robert Mugabe. Allá por 2009, en Zimbabue los precios se duplicaban cada 24,7 horas (con una inflación récord de 89.700 trillones por ciento). Entonces 10 billones de dólares zimbabuenses equivalían a 4 de sus primos lejanos gringos y un billón era solo humo. Zimbabue acabó adoptando de facto el dólar estadounidense.
Mugabe guarda un parecido colosal con Nicolás Maduro. Ambos roban a manos llenas y han creado un patriciado del terror formado por eunucos y aduladores con los estómagos tan bien agradecidos que nadie se mueve, del Ejército a la Justicia, por miedo a desaparecer en ácido o en una cuneta.
Piensen ahora qué sería de España, donde los cleptochavistas gobiernan en coalición con la socialdemocracia si no tuviéramos el respaldo de una institución responsable como el Banco Central Europeo. Los saqueadores nos habrían llevado, primero, al gasto sin control (una de sus máximas), a una persecución fiscal atroz a las clases medias y, luego, a la desaparición de la iniciativa privada y a la hiperinflación. Resultado: recuperarían las pesetas o los reales para devaluarlos hasta el infinito y España tendría en diez años billetes del Monopoly de un millón, o más, circulando por ahí sin valor alguno. Como los “patacones” que emitían los gobiernos locales en la Argentina del corralito.
En eso acaban los populismos: en devaluación de todo. De la vida, del respeto, de la libertad y del dinero, finalmente. El timo de la estampita