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Es necesario replantear la política y la economía desde el contacto directo con la gente. Sin embargo, el simple toque no es suficiente; debe ir acompañado de competencia y la valentía que demanda un compromiso ético profundo.
Por Aldo Cívico - @acivico
Para regresar a Argentina desde Roma, Javier Milei optó por un vuelo comercial. Recientemente, se difundió un video en el que se observa al presidente argentino recorrer los pasillos del avión, saludar y tomarse selfies con los pasajeros. Su actitud evoca más a la de una estrella de rock que a la de un político tradicional. Esta escena me recordó las primeras páginas de Primary Colors, una obra de ficción sobre la campaña presidencial de Bill Clinton en 1991. “El apretón de manos es el acto fundamental, el principio de la política”, afirma el autor anónimo, resaltando la capacidad del candidato para conectar con el electorado a través del contacto físico. “Él se interesa por ti. Se siente honrado de conocerte”, prosigue, refiriéndose a la legendaria habilidad de Clinton para crear una conexión inmediata, al poner su mano izquierda en tu codo o cerca del bíceps. Personalmente, al colaborar con Clinton, experimenté el encanto de su mirada, sus elogios y su firme apretón de manos.
En la actualidad, la habilidad táctil es crucial para el éxito de políticos como Javier Milei y Giorgia Meloni. Esta se manifiesta en gestos y palabras que generan un sentido de reconocimiento y emoción, y por ende, movilización. En Colombia, el expresidente Uribe demostró magistralmente esta cualidad, convirtiéndola en un pilar de su liderazgo. En Italia, la lucha política contra la mafia en Palermo, una ciudad profundamente marcada por los códigos mafiosos, no habría sido tan efectiva sin la proximidad física del alcalde Leoluca Orlando con los ciudadanos, a quienes encontraba y tocaba en las calles. En contraste, los líderes que se aíslan en círculos cerrados, alejados de la realidad cotidiana de la gente, tienden a perder apoyo. Esto es lo que ocurre con varios líderes de izquierda (y del ámbito empresarial).
La importancia de tocar para establecer conexiones es innegable. Esta acción, que tanto hemos echado de menos durante la pandemia, como los abrazos o las caricias, es fundamental para la experiencia humana; representa conexión, comprensión y empatía.
Filósofos como Maurice Merleau-Ponty han sostenido que el tacto es esencial para nuestro sentido de la existencia. En el ámbito espiritual, la imposición de manos simboliza una conexión más profunda, muchas veces trascendental, con lo divino, con los demás y con nosotros mismos. La neurociencia confirma que el toque procura bienestar emocional.
Es necesario replantear la política y la economía desde el contacto directo con la gente. Sin embargo, el simple toque no es suficiente; debe ir acompañado de competencia y la valentía que demanda un compromiso ético profundo.
Leoluca Orlando, en su reciente obra Enigma Palermo, relata cómo un sabio le aconsejó que, dado que las amenazas y el soborno no formaban parte de su enfoque político, optara por el contacto físico para ganar el consenso electoral. “Eso hice; toqué a la gente. Pero hay algunos que son más diestros que yo: amenazan, pagan y tocan al mismo tiempo”, me comentó Orlando esta semana, con un tono irónico. Como ciudadanos, debemos estar alertas ante aquellos líderes que, con destreza, combinan el toque, la amenaza y el soborno.