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David Escobar Arango
Columnista

David Escobar Arango

Publicado

El trabajo y las empresas

Por David Escobar Arango *

david.escobar@comfama.com.co

Querido Gabriel,

“Me voy porque hoy tengo mucho destino”, decía mi abuela, una mujer con el lenguaje del campo y la sabiduría de lo simple. Crecí con esa expresión, que asimilaba el trabajo y las labores diarias con ese hado que determina lo que pasará en el futuro: el destino. Para mí era una expresión normal, un guiño que ella nos hacía cuando se iba a preparar galletas o a preguntar por las vacas y sus terneros recién nacidos. Un día lo comprendí mejor, cuando escuché a Juan Luis Mejía contar la historia de cómo en Antioquia el antivalor del trabajo de los hidalgos españoles se había convertido, durante la colonia, en un valor. “No vais a decir que estoy trabajando”, cuenta él que dice en una carta de algún colonizador, enviada desde nuestra región a unos parientes en España. Con poca población indígena y una tierra rica, “tocaba trabajar” para ganarse la vida y construir fortuna. Aunque en otro momento podemos hablar de las consecuencias negativas de esto en nuestra cultura y nuestra convulsionada historia, es innegable que los antioqueños comprendemos, para bien y para mal, el valor individual, social y colectivo del trabajo. Esta semana, la más amarga para los trabajadores y sus familias en décadas, por la histórica pérdida de empleos, ¿será que conversamos sobre el trabajo y quienes valientemente lo generan?

Se separa, a veces, lo social de lo económico. Por un lado, los gremios piden que las empresas puedan operar; por otro, se habla de la crisis social, de la cantidad de personas que quedan sin trabajo y retroceden hacia la pobreza. ¿No crees que olvidamos, cuando hablamos de esa manera, que lo social y lo económico son dos caras de la misma moneda? Esto se sintetizó muy bien en la campaña presidencial estadounidense que ganó Bill Clinton en el 92, cuando sus asesores buscaban algo cercano a la gente y a la vida cotidiana: ¡es la economía!, repetían. La economía es una ciencia social, parte de nuestra vida, no algo lejano, ni un asunto para la prensa especializada, las bolsas o las multinacionales. Las empresas pujantes, de todos los tamaños, desde la tienda del barrio hasta el mayor banco, son la fuerza que mueve la clase media y la más importante fuente de riqueza y bienestar colectivos.

Por eso no alcanzo a comprender ese odio contra las grandes empresas que se manifiesta a veces en las redes. Hay muchas que podrían adaptarse mejor a esta nueva sociedad, cuidar el medio ambiente, mejorar en servicio, sus comunicaciones tendrían que ser más incluyentes o sus programas sociales lograr mayor alcance. Algunos ejecutivos de negocios, sin duda, necesitan mayor sensibilidad social, una más amplia formación humanista, pero ¿no crees que deberíamos celebrar a las empresas como organizaciones sociales, plataformas para la cooperación humana, empleadoras de nuestro talento, cuna de nuestras ilusiones y cuidarlas, mientras les ayudamos a mejorar?

El desempleo reciente, derivado del Covid- 19, nos ha abrumado a todos, estamos comprendiendo a la fuerza el inmenso valor económico y social del trabajo; el dolor y el sufrimiento de estos momentos dispara la alarma: sin empresas no hay futuro, ni presente. La importancia emocional y espiritual del trabajo, por otro lado, se magnifica. No hay mejor programa social y de salud mental que este espacio vital, en el que queremos, crecemos, aprendemos y servimos. Ojalá en esta crisis, el gran desafío de nuestra generación, recordemos que el trabajo es “amor hecho visible”, como dice Gibran, una parte muy importante, al menos, de nuestro destino y que los empleadores, las empresas, son milagros imprescindibles de la iniciativa y la inteligencia humana.

* Director de Comfama

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