Querido Gabriel,
¿Será que, ante el caos político, el desequilibrio institucional y la crisis económica, las empresas debemos responder con un compromiso superior? En medio de transformaciones culturales, es crucial, además, conocer el pensamiento de los líderes del sector empresarial. Frente a delirios populistas y extremismos, tal vez resulte incluso contraproducente que las organizaciones privadas mantengan un bajo perfil. Ya sabemos que una empresa existe para mucho más que vender productos o servicios, dar empleo y pagar impuestos. Pero ¿deberían también decir abiertamente en qué creen, defender causas, ser activistas sociales y ambientales? ¿Conversamos sobre las empresas que dan un paso adelante, se arriesgan a hacer cosas polémicas y plantear conversaciones difíciles, porque tienen convicciones y valores claros, no solo intereses?
Desconfiamos de quienes pretenden vendernos, tal vez por eso la publicidad genera tanto escepticismo: “Dime de qué te ufanas y te diré de qué careces”. Al contrario, confiamos en las personas y organizaciones con quienes compartimos valores. Simon Sinek dice que no nos conectamos tanto con lo que hacen las empresas y los políticos sino con las razones profundas por las cuales hacen lo que hacen. ¿No crees que la gente preferiría relacionarse con marcas que defiendan lo realmente importante y trabajen compasivamente por la humanidad, esas a las que les importan los jóvenes, las mujeres, la ecología, la salud, la paz y la diversidad?
Por otro lado, el mínimo respeto de las comunidades que permite que una empresa opere en un territorio es cada vez más difícil de lograr en sociedades educadas, críticas y conectadas. Ya no se trata de hacerse amigo del político de turno, ni de donar “generosamente” unos pesos o de hacer una campaña publicitaria. Hoy, las personas exigen legalidad, compromiso social y coherencia de parte del sector privado.
Se trata de trascender lo obvio, mostrar coraje y audacia. Una cosa, y no está mal, es apoyar asuntos con los que todo el mundo está de acuerdo, al menos en teoría, como la educación, la cultura o la infancia. Nuestros tiempos demandan, sin embargo, que se asuman posiciones éticas en asuntos fundamentales, aunque haya controversia. Debemos celebrar el activismo empresarial que escoge causas que considera justas, afronta tranquilamente las críticas y reconoce la importancia de las discusiones colectivas.
En nuestro país, por ejemplo, necesitamos más empresas que protejan los derechos de las mujeres, promuevan la construcción de paz, abracen la diversidad sexual y cultural, el reconocimiento humanitario a los venezolanos migrantes o la conservación del medio ambiente. Quizá las más responsables, las verdaderamente conscientes, sean las que se atreven a transgredir, a cruzar las fronteras de la publicitada, simplista y edulcorada “responsabilidad social corporativa”, las que hacen política, en el más amplio sentido de la palabra.
¿No será que la gente quiere ver, por ejemplo, más empresarios como David Bojanini, que ha trabajado por tantos años por la paz desde Sura y Proantioquia? ¿No es una gran noticia ver a los gremios y las cámaras de comercio canalizando la participación empresarial en la creación de la veeduría ciudadana Todos por Medellín?
Finalmente, preguntémonos ¿dónde queremos trabajar?, ¿a quién le compramos con gusto?, ¿a qué empresas les abrimos nuestro corazón? Quizás a aquellas que nos hacen sentir orgullosos porque van un paso más allá, no solo comprenden el presente, sino que construyen el futuro; esas que se atreven a aportar, constructiva y respetuosamente al progreso social. Empresas audaces y coherentes, que practican lo que expresa bellamente nuestro poeta Hugo Jamioy: “Bonito debes pensar... / luego, bonito debes hablar / Ahora, ya mismo, / bonito empieza a hacer”.
* Director de Comfama