Navidad es siempre un tiempo de buenos propósitos. Casi todos se diluyen en el revoltijo de la farra, el consumo compulsivo y la euforia de la pirotecnia. Con suerte, alguno queda y marca para bien el año que nace. Como en pocos contextos de la historia de Colombia, parece que todos, al unísono, gritáramos un deseo arrullado por más de medio siglo. Desde esquinas diferentes, con puntos de vista encontrados, con interpretaciones distintas de cómo llegar a ese sueño, el deseo es uno. Muchos reclaman: sin impunidad, con justicia para todos, con arrepentimiento y reparación. Otros reivindican el perdón, y urgen pasar la página funesta. A Alberto Casas le escuché en la Radio: “Es mejor la paz, por imperfecta que sea, que la guerra sin fin”. Pero...