Por Fernando Velásquez V.
Que un funcionario público cuestionado por todos los sectores de la vida nacional como el exfiscal General de la Nación, aproveche un deslucido desatino de la Administración de Justicia para renunciar, no deja de ser llamativo máxime si después de ese hecho se pone a cubierto con su familia en Miami y, como aditamento, “concede” una larga entrevista al periodista Yamid Amat que, para más señas, aparece el pasado domingo en el periódico El Tiempo, de propiedad de uno de sus clientes.
Allí, con desparpajo y como si no hubiera pasado nada (¡nada de nada!) el personaje se autoproclama el líder de una cumbre política que debía tener lugar el pasado lunes en la Casa de Nariño (a la que no asistió), y se presenta como un simple “obrero” que no tiene “aspiraciones políticas”, pues busca que “la paz se consolide sin reservas” así deba decir que conservar a la JEP “es fundamental”. Es más, con sus desconocidas dotes de gran modisto, dice velar porque se hagan “unos arreglos de sastre, para que el vestido de la paz” les ajuste “a todos los sectores”.
Todo, entonces, es una muy densa cortina de humo rancio y espeso urdida para permitir que el supuesto nuevo mesías –quien, como el ave fénix, resurge luego de hacer su nido en la Fiscalía con especias y hierbas aromáticas, donde puso su único huevo de Odebrecht que empolló en tres años, para levantarse de las cenizas–, aparezca como el hombre epónimo que con todos dialoga y quiere “salvar” a la Patria. Por eso, ya no hablando como Fiscal sino como “tratadista” (¿quién le escribiría “sus” libros de derecho societario?) da a todos lecciones de civilidad y ética; y, obvio es decirlo, se expresa el hombre que habla al oído a todos los que manejan los hilos del poder político y, por supuesto, que también lo hace cuando se piensa en cierto y muy poderoso conglomerado económico.
Sin embargo, en esa pieza periodística nada dijo sobre los crímenes de la multinacional brasileña y las muchas tropelías que cometió al frente de su cargo. Él sabe muy bien que sus pecados mortales no admiten, siquiera, una dura penitencia en una cárcel gringa; a no ser, claro está, que acuda a una extremaunción caso en el cual podría darles sus más fingidas gracias a los padres de la Iglesia que, en el Concilio de Trento de 1551, le otorgaron efectos purificadores a esa herramienta para despedir de este mundo a las almas atormentadas.
Pero luego de la tragicomedia urdida, faltaba cerrar con broche de oro y dar la estocada final: el martes 21, la Corte Suprema le aceptó la renuncia a Martínez Neira y dispuso que –ante la acordada dimisión de la vicefiscal– Fabio Espitia Garzón asumiera como Fiscal encargado el conocimiento de todas las líneas de investigación del caso Odebrecht; el Fiscal General Ad hoc quedó, entonces, cesante. A renglón seguido, el nuevo “hombre fuerte” de la Fiscalía munido de un equipo bien entrenado se dirigió al despacho del Dr. Leonardo Espinosa Quintero (a quien nadie le había notificado) y –como si se tratara de un calculado golpe de salteadores– pretendieron aprehender sin acta de entrega los expedientes del caso en mención y, literalmente, casi lo sacan con su equipo (a algunos se les notificó el fin de la comisión) a empellones.
Por supuesto, leída la entrevista y visto el accionar del equipo de Espitia Garzón, las piezas del rompecabezas encajan; estamos enfrente a un maestro del cinismo –y no se confunda esa actitud con la propalada, en el plano filosófico, por Diógenes de Sinope al difundir la Escuela griega de los Cínicos– quien, muy candoroso, repite que no quiere el poder pues, óigase bien, su “sagrada misión” solo es “opinar” y “participar en la vida nacional”. En fin, queda algo claro: ¡Martínez Neira renunció y ahora controla la Fiscalía mediante un cuerpo ajeno!.