Todo pasa por el lenguaje. Sin embargo, su carácter cotidiano a veces nos impide abordarlo como un hecho extraordinario; su cercanía distorsiona nuestros intentos de observación detallada. Delegamos su estudio en académicos y eruditos indomables. O en pícaros que explotan las infinitas posibilidades de las palabras.
La propuesta del presidente Santos de “desescalar el lenguaje” no es una novedad. Recordemos algunos antecedentes recientes: en 1992, surgió una iniciativa periodística “cuando las palabras estaban cansadas de oficialidad, militarismo, delincuencia, tecnocracia y social-bacanería”; así evoca el lenguaje de la revista La Hoja su fundadora y directora, Ana María Cano.
En 2003, Héctor Rincón –padre de la misma publicación– llegó a la...