Jesús fue un hombre del pueblo. No pertenecía al grupo de los sacerdotes, letrados y académicos. No tuvo tierra ni casa, “los zorros tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. No estaba en los círculos de poder. No permitió que posesiones, jerarquías o vestidos lo separaran de la gente. Todo su tiempo era para los niños, los enfermos, las víctimas, las mujeres sometidas a la injusticia. Los relatos de la infancia que leemos en la Navidad lo ponen en vulnerabilidad total al lado de nosotros cuando desaparecen las apariencias con que tomamos distancia.
Nace de una joven sencilla que tiene que desplazarse embarazada a Belén, donde nadie la recibe, su cuna es una comedero de animales...