Con todas las medidas de bioseguridad estuve visitando al padre Nicanor Ochoa. Mariaengracia “revolotió” un buen rato blandiendo tapabocas, frasquitos con desinfectante y limpiones húmedos. El tío se sonreía con esa mansedumbre que dan los años y que a veces parece socarronería.
-No se ría, tío, la cosa es en serio.
-No me río, joven. Me alegra tener un ángel de la guarda como la sobrina.
-Y, como usted dice, con el ángel de la guarda no se pelea, pues él , también en sus palabras (porque a nadie más se lo he oído), es el patrono de la convivencia.
-Que como bien lo sabes es la realidad hogareña más maltrecha en estos tiempos de encerramiento. Por eso hay tanta violencia intrafamiliar en una situación como la que estamos viviendo. Sin quererlo se alborota el mal genio y salen a relucir peleas y cantaletas que dañan el ambiente. Y que pueden llegar a violencia en muchos casos.
-Y ya que a usted, tío, como sacerdote le toca dar consejos sobre ese problema en las familias, aproveche y me da una fórmula de pacificación y de paciencia.
-Ya me vas a poner a echar sermones y después me criticas. Pero sí, te voy a dar una fórmula que algún día le oí a un viejo carmelita español al que le pregunté cómo hacía para vivir en paz la convivencia que exige la vida en comunidad de los conventos. “Muy fácil -me dijo-, sin promulgarlo en voz alta, hago con todos los que me rodean, con aquellos con quienes convivo, un pacto de no agresión y casto acercamiento.
-A ver, padre, repítamelo despacio: un pacto de no agresión y casto acercamiento. Me suena como a los acuerdos de la Guerra Fría.
-Estás dando en el clavo, muchacho impertinente. La convivencia acaba convirtiéndose con los años en una guerra fría. Todas las convivencias: la familiar, la conyugal, la fraternal, la laboral, la social, la de la vida religiosa y hasta la de la vida de fe, que es nuestra convivencia con Dios. Apaciguados los fervores y enamoramientos primeros, las baladronadas de los novicios y los combates de los viejos machuchos, acaba por imponerse el convencimiento de un “mutuo poder de destrucción” y entra a funcionar el “mutuo poder de disuasión”.
-Que eso, tío, según he oído, fue lo que evitó en el siglo pasado una confrontación atómica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, ¿cierto?
-Así es, hijo. Y dejemos así. Que ya va a venir Mariengracia a asperjar al cornoavirus con desinfectante y alcohol, que es el agua bendita del momento. Ya ella maneja el hisopo mejor que yo en mis viejos tiempos