ana mercedes gómez m.
Como decía en la columna pasada, debería ser el Constituyente Primario, los ciudadanos colombianos, los que aprobemos o improbemos los acuerdos a que se llegue con los grupos violentos. Es nuestro derecho y nuestro deber.
No confío en darle esta potestad a Juan Manuel Santos porque no parece ser fidedigno, es decir, digno de fe: ¿Cuántas veces no ha dicho que va a hacer una cosa y hace otra diametralmente opuesta? ¿Cuántas veces no se ha echado para atrás en sus afirmaciones, promesas, planteamientos...?
Sin embargo, la mayoría del Congreso colombiano ha aprobado un sinnúmero de facultades al presidente Santos, con las cuales podrá negociar a su manera montones de cosas fundamentales de este país.
Cada vez retrocedemos más en la descentralización y la participación ciudadana y volvemos al odiado, dañino y peligroso centralismo y presidencialismo que tanto ha atacado este periódico en 103 años de vida, por muchas razones. Entre ellas, que somos un país de regiones muy diferentes que requieren un tratamiento especial y diferenciado.
Desde Bogotá es imposible definir la suerte del país entero. Y menos, desde el elegante Palacio de Nariño. Colombia no termina en donde se acaba la meseta cundiboyacense. Por el contrario: ahí es donde empieza.
Cómo así que desde los fríos salones bogotanos se definirá la institucionalidad del sector agropecuario: la administración de las tierras como recurso para el desarrollo rural; su financiamiento; se reasignarán funciones y competencias del sector agropecuario, pesquero y de desarrollo rural; se crearán organismos que supriman, escindan, fusionen o transformen entidades del sector administrativo agropecuario, pesquero y de desarrollo rural.
Y como si fuera poco, se crea el Consejo Nacional del Agua en el que se sentarán ministros o sus delegados.
Y ¿no quiere más? El Gobierno Nacional podrá reglamentar cerca de 30 temas del Plan Nacional de Desarrollo. Por límites de espacio no puedo dar la lista. Pero busquen en la página web de la senadora Paloma Valencia para que vean que no es exageración que Colombia, país de regiones, repito, vuelve a darle la ¿bienvenida? al más preocupante centralismo.
¿Cuál será la razón para tan desbordado centralismo? Quizá que así se facilitará darles gusto a los guerrilleros de las Farc en La Habana, y del Eln, con quienes se está dialogando, para firmar una paz que no presagia ser la que la mayoría de los colombianos soñamos.
Pensemos en el modelo castro-chavista de Cuba y Venezuela. ¿Es eso lo que queremos casi el 100% de los compatriotas? Creo que no. Por eso un Congreso sumiso a los mandatos de Juan Manuel Santos, con honrosas excepciones como el Centro Democrático, resolvió aprobar esta cantidad desbordada de micos y orangutanes.
Pero estamos entre la espada y la pared, porque tampoco confiamos plenamente ni en la justicia colombiana ni en el Consejo Nacional Electoral. La mayoría de una y otro están politizados y tal vez den mermelada a montones, de la que parece preparar la Casa de Nariño. Es decir, quizá no habría garantía de un referendo transparente en el que los resultados fuesen el fiel reflejo de la voluntad del Constituyente Primario: el pueblo colombiano.
Es hora de reaccionar antes de que sea demasiado tarde. Parafraseo a Martin Luther King: No me duele tanto la maldad de los malos como la indiferencia de los que se dicen buenos.
Posdata 1: Rindo un homenaje al heroico soldado que después de perder las dos piernas por una mina antipersonal sembrada presuntamente por el Eln dijo que prefería estar mutilado y haber salvado la vida de niños y adultos campesinos.
Posdata 2: Esta columna no aparecerá el domingo 17 de mayo porque estaré fuera de la ciudad.