Es claro que todos los que aspiran a un cargo público de elección popular tienen derecho a hacer sus campañas buscando ganarse al pueblo. Los candidatos de la Farc (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) no son la excepción a esta regla. La democracia así se los permite, confirmando aquel argumento que tantas veces se esbozó durante la negociación de La Habana: preferirlos echando discursos en vez de balas.
El problema es que esos candidatos no tienen la credibilidad necesaria para que la gente los acepte en la política. Ahí es donde aparece el escarnio público como reflejo de la incomodidad e indignación profunda que ha creado el hecho de verlos jugar a la política.
Entonces, los gritos de “asesinos y criminales” que les han chantado podrían...