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Diego Aristizábal
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Escuchar con los
ojos a los muertos

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Hay rituales que hacen parte de mi inicio de año, no le doy la vuelta a la manzana con una maleta, ni quemo el pasado hecho un muñeco, pero sí me gusta sentarme en mi estudio, encender una velita y recordar, para que todo empiece como debe ser, ese soneto de Quevedo que me gusta tanto: “Retirado en la paz de estos desiertos/, con pocos, pero doctos libros juntos/, vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos/. Si no siempre entendidos, siempre abiertos/, o enmiendan o fecundan mis asuntos/; y en músicos callados contrapuntos/ al sueño de la vida hablan despiertos ...”

Y así empieza todo, en esa intimidad, con un trago largo, con una luz adecuada para leer, con el deseo de que quienes están cerca de mí la vida les sonría, les conceda lo que más quieren, muy especialmente que no perdamos de vista nunca la dicha de estar juntos. Y luego de pensar en mis seres queridos vivos de carne y hueso, vuelvo sobre esos seres que menciona Quevedo, escucho con mis ojos a los muertos. Son tantos cerquita de mí, que casi nunca puedo sentirme solo, y ellos tampoco, porque todo el año los repaso y ellos me buscan cuando es el momento; los muevo de un lado a otro y ellos sacuden lo que soy y lo que aún no alcanzo; los contemplo y ellos me consuelan; los acaricio y ellos me dan la alegría de estar vivo, de pensar que sin ellos nada sería, nada valdría la pena; pero, sobre todo, los leo, con calma y amor y ellos se expanden para que nuestro encuentro siempre sea una sorpresa.

A veces pienso que tengo una vida dichosa, ¿quién puede sentirse apesadumbrado si tiene tan buenos amigos? Al iniciar el año, también cierro los ojos antes de verlos, los intuyo, y así me lanzo para ver qué se viene imaginación arriba, cómo seguirán los cursos del conocimiento y las historias del universo entero. Solo les comparto lo que me dijo uno de ellos, “Lejos de Egipto”, un libro de André Aciman que, casualmente, fue el último libro que me recomendó mi librero ausente, Mauricio Lleras, y dice: “Verás, en la vida lo que importa no es solo saber lo que quieres, eso es fácil, sino saber cómo lo quieres”.

Algunos mantienen cerca lentejas para la abundancia, yo con mis libros, los que me habitan y los que vienen, siento que esa abundancia que me dan es más que suficiente para enfrentar los muchos o pocos años que me queden, y en cada página que pase, ojalá, me concedan siempre la felicidad y la gratitud de saber juntar las sílabas y no querer parar, al contrario, procurar que otros, que aún no sienten nada por un libro, también puedan empezar a enamorarse, por primera vez, de estos queridos muertos

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