Por GABRIEL JAIME PÉREZ, S.J.
Por GABRIEL JAIME PÉREZ, S.J.
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En aquel tiempo Jesús se fue a un cerro alto llevándose solamente a Pedro, a Santiago y a Juan. Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su ropa se volvió brillante. Y vieron a Elías y a Moisés, que estaban conversando con Jesús. Pedro le dijo a Jesús: - Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban tan asustados que Pedro no sabía lo que decía. En esto, apareció una nube y se posó sobre ellos. Y de la nube salió una voz que dijo: “Este es mi hijo predilecto: escúchenlo”. Al momento, cuando miraron alrededor, ya no vieron a nadie con ellos, sino a Jesús solo. Mientras bajaban del cerro, Jesús les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre hubiera resucitado. Por eso guardaron el secreto entre ellos, aunque se preguntaban qué sería eso de resucitar (Marcos 9, 2-10).
Antes del relato de la Transfiguración, Jesús les había dicho a sus discípulos que lo iban a matar (Marcos 8, 31). De esta forma Jesús les había anunciado lo que iba a ser su propio sacrificio redentor, por el que Él, Dios hecho hombre, le daría un nuevo sentido a la ofrenda sagrada: el don de sí mismo hasta la entrega de la propia vida. Este nuevo sentido de la ofrenda a Dios es el que les había dicho poco antes que también ellos debían realizar si querían ser sus seguidores: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Marcos 8, 34).
El anuncio de su pasión y muerte, así como la exhortación a tomar la cruz, habían causado en aquellos primeros discípulos un efecto de desaliento. Pero también Jesús les había dicho que iba a resucitar. Por eso en la Transfiguración les manifiesta su gloria para fortalecerlos en la fe, haciéndoles ver en forma luminosa lo que sería el acontecimiento pascual de su resurrección e indicándoles que en Él se cumplirían las promesas contenidas en el Antiguo Testamento, específicamente en los textos bíblicos de la Ley y de los Profetas, simbolizados por las figuras de Moisés y Elías. Pero esto sólo lo entenderían en su verdadero sentido aquellos discípulos después de la muerte de Jesús, lo cual explica por qué Él les dijo que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre hubiera resucitado.
También nosotros necesitamos que, en medio de la oscuridad de las circunstancias problemáticas y difíciles de nuestra existencia, cuando nos sentimos abrumados por el peso de la cruz que a cada cual le corresponde cargar, el Señor se nos manifieste iluminándonos con su propia luz y dándonos la fuerza que necesitamos para no desfallecer en el camino de la vida. Pero para que esto suceda, es preciso que busquemos espacios y momentos, y aprovechemos los que se nos ofrecen, para disponernos a atender la voz de Dios que nos dice interiormente, como a aquellos discípulos: “Este es mi Hijo predilecto, escúchenlo” (Marcos 9, 7)