Hay tres clases de votos en blanco:
1. Voto en blanco con efectos electorales indirectos: Es aquel voto que en principio nada aporta a los resultados electorales; sin embargo, tiene efectos jurídicos y económicos limitados. En España, la ley orgánica 5 de 1985 permite la participación gratuita en propaganda electoral para los grupos, partidos o movimientos que pasen un umbral del total de votos, incluyendo los votos en blanco. Otras legislaciones reconocen el derecho de los grupos postulantes a que el Estado les reconozca una cantidad de dinero a título de reposición de votos, para lo cual es necesario que el partido, movimiento o grupo político participante se encuentre por encima del umbral, que es un porcentaje que se mide teniendo en cuenta la cantidad total de votos, incluyendo los votos en blanco.
2. Votos en blanco con efectos electorales directos: Cuando se contabilizan como una fuerza electoral, de manera que si superan el número de votos depositados por cada uno de los candidatos o listas formalmente inscritos, se proclama el triunfo del voto en blanco y se debe repetir la elección. La Constitución prevé esta posibilidad. Dice el parágrafo 1 del acto legislativo 1 de 2009 que deberá repetirse por una sola vez la votación para elegir miembros de una corporación pública, gobernador y alcalde y la primera vuelta en las elecciones presidenciales cuando, del total de votos válidos, los votos en blanco constituyen la mayoría.
3. El efecto más odioso se da cuando el voto en blanco no produce ningún efecto en el sistema electoral. Es un voto que prácticamente no existe en países de primer grado.
Es propio de estas sociedades tercermundistas, desarticuladas, heterogéneas y desiguales y es una expresión de nuestra idiosincrasia y cultura.
Son muchas las actividades cotidianas que se manejan con la idea de que actuar para no hacer nada arroja resultados positivos, lo que es falso. El caso del equipo de fútbol cuyo juego consiste en no jugar. El estudiante cuyo máximo logro consiste en ingresar a la Universidad y, una vez allí, se esfuerza por no hacer nada. Es el servidor público que, para no correr riesgos de explicaciones frente a sus decisiones, prefiere no hacer nada. El elector que considera que, si ningún candidato cubre plenamente sus expectativas, no tiene por qué aplicar el principio del daño moral menor para elegir al menos dañino, sino que, en supuesta señal de protesta, decide botar el voto y votar en blanco. Se trata de una falaz disyuntiva que solo beneficia al perverso, quien tiene una base fanática consolidada, de manera que cada voto en blanco es un voto que pierde su contrincante. Quienes por protesta votaron en blanco en el proceso electoral que encumbró a Chávez llevan más de 20 años con su inútil protesta.
Si no hay un efecto institucional claro, como sucede con la segunda vuelta en las elecciones para presidente, votar en blanco es botar el voto