Hay momentos cumbre en la vida de un país. Momentos en que, por ejemplo, después de ocho años de mandato faltan dos meses para que se marche un presidente y no se sabe quién lo reemplazará.
Momentos en que, para seguir con el ejemplo, se abalanza sobre las muchedumbres el mayor espectáculo del mundo, el fútbol orbital, y aquel país se apresta a sumirse en el letargo del televisor sin que se haya resuelto el dilema del mencionado sucesor.
Momentos en que los estudiantes están en vacaciones, libres para delirar recostados ante los goles y aletargados ante el hecho de que el país ignore qué vientos organizarán el inmediato futuro público.
Como se ve, esos momentos cumbre suelen encerrar paradojas. Se celebra el mayor frenesí, en medio de la incógnita...