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Europa, a la intemperie

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Por MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN

Por desgracia, el debate sobre el estado de la Unión Europea celebrado la semana pasada sigue demasiado escondido en lo que la jerga de Bruselas denomina “la burbuja comunitaria”. Y es una pena, pues en esa cita la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, pronunció ante el Parlamento un discurso que representa una gran atalaya desde la que contemplar lo que acontece en el mundo. Tras escucharla y constatar que la defensa ocupa un lugar cada vez más central en una atmósfera global de ultracompetitividad entre grandes poderes, amenazas híbridas y vecindades cada vez más conflictivas, no hay espacio para la duda: el paraguas atlántico ya no es el pilar fiable sobre el que se sustenta la seguridad europea, y es imperativo desarrollar un mecanismo de respuesta militar propio.

Según contó von der Leyen, necesitamos autonomía industrial, reducción de vulnerabilidades en las cadenas de valor global y capacidad de crear semiconductores hasta tener una industria de la defensa propia y bien musculada. La autonomía estratégica tiene que ver con el clima, con la energía, con tener herramientas propias. ¿Y es esto posible? Lo es si, como dijo Macron, compartimos un diagnóstico común sobre el mundo y lo que nos pasa. El discurso de la presidenta ayuda a crear dicha narrativa, ese trabajo ideológico necesario para tomar conciencia de lo que hasta hace poco era impensable: una soberanía europea basada en la autonomía estratégica, para evitar caer en la irrelevancia en medio del duopolio EE. UU.-China o en el vasallaje hacia cualquier potencia.

Trump nos colocó a la intemperie, pero en realidad representaba una tendencia que venía anunciando que nuestro esquema de seguridad, sustentado bajo la órbita de EE. UU. vía Otan, ya no era fiable. Ese mar de fondo hizo emerger la voluntad de construir esa autonomía estratégica, que significa, básicamente, tener posiciones y capacidades propias en el mundo. Tal vez Biden pudo provocar el espejismo de que el debate podía aparcarse, pero Afganistán nos ha recordado que Trump no solo representaba el trumpismo, sino a movimientos tectónicos profundos en las relaciones internacionales. Aunque Biden pueda ser un aliado más amable, sabemos que EE. UU. seguirá tomando sus decisiones en interés propio y en el marco de su competición con China. El reciente acuerdo militar entre EE. UU., Reino Unido y Australia para contener el ascenso de China, sin contar con Bruselas y pisando a Francia, acelera aún más la necesidad de encajar en el alma de la Unión la llamada “Europa de la defensa”, la opción más eficaz para seguir haciendo hacer valer nuestra voz y nuestros valores en el mundo

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