Poco me importa que alguien gobierne a golpe de tuit. Es el signo de los tiempos donde nada ni nadie merece más que los pocos segundos que se condensan en esos caracteres. El mismo en el que los tratados filosóficos que antes ocupaban bibliotecas enteras se despachan en eslóganes de usar y tirar. Todo es “fast”. La política, la comida, el matrimonio, el sexo y, en última instancia, la vida misma. En el siglo donde los cafés se dispensan en cadenas de montaje y se sirven en vasos de papel del tamaño de un barril de Brent no podemos esperar mucho más. Mientras las cafeterías agonizan esperando conversaciones amasadas de silencios cómplices y sus tazas aguardan en vano besos de carmín que nunca llegarán, proliferan por doquier lugares donde nadie...