Cuando murió Dilan Cruz, una influenciadora -a quien llamaré “V”- publicó en Instagram una imagen del rostro del joven, acompañada de un mensaje que decía: “Lo asesinó el Estado”. Sus otras publicaciones eran fotos en paradisiacos lugares y, de vez en cuando, algún repost de los desmanes y los cacerolazos, con frases como “Colombia, me dueles...” y hashtags como “#ParoNacional, #EstadoAsesino #ESMADmuerte. Más de 70.000 seguidores vieron esa mezcla de indignación con lifestyle de diva.
Eso sí, “V” no publicó nada sobre los 300 uniformados heridos por los vándalos. Mucho menos le dedicó un post a Arnoldo Verú, el policía del ESMAD, a quien impactaron en su cabeza con una “papa” bomba. Hoy, Arnoldo trata de sobrevivir.
“V” es un ejemplo de interpretación frívola y superficial del momento que vive el país, que si se mezcla con noticias falsas crea toda una bomba de ansiedad y angustia que les estalla a los usuarios digitales. Lo dicen los estudios, un trino negativo deriva en 22 % nuevos trinos negativos y, según The Economist, en los Estados Unidos, donde dos tercios de la población se informa por redes sociales, durante la campaña electoral que subió a Trump al poder, 146 millones de personas leyeron noticias falsas en Facebook.
Hay un efecto de reacción en cadena que exacerba a las personas. Eso está pasando en Colombia. Las redes están detonando el pánico. Pasó durante el paro en Cali y Bogotá, donde los mensajes por WhatsApp cargados de zozobra, hicieron que la gente se armara con cuchillos y palos para defenderse. Las cadenas y audios amenazantes fueron el pan de cada día y hasta se dieron cosas surreales como la tal EPA Colombia, una mezcla -amigas- de ignorancia con esa necesidad psicológica del reconocimiento público.
A los frívolos social media tipo “V”, sumémosle los incendiarios. En la virtualidad conviven todas las formas de atentar contra los derechos fundamentales y se puede acabar con la intimidad. Valores fundamentales como el respeto -tan necesario en este momento- se pueden ir a la trastienda. Esos influenciadores criollos estigmatizan, hacen juicios efímeros condenatorios y mantienen prendida la hoguera. Eso garantiza likes. Ahí hay una responsabilidad grande. Gustavo Petro es un claro ejemplo. Bien le dijo una madre, que tiene a sus hijos estudiando en el mismo colegio de los de Petro: “Lo invito a una ‘silenciatón’ de las redes sociales”.
La desconexión entre el mundo digital y el real no puede ser un abismo infranqueable. Menos ahora que necesitamos diálogo. Pensar antes de actuar, qué falta hace. Sería algo tan simple como no compartir información sin antes leerla y verificar su veracidad, para dejar de ser una caja de resonancia de los intereses de algunos, de la ignorancia como la de EPA Colombia o de la frivolidad subida como la de “V”.