Están reunidos y alguien trae un nombre, un cuerpo, una vida. Los comensales empiezan a devorarlo, algunos con fiereza, otros tímidamente. Agarran los defectos y los saborean, se dan gusto desmenuzando ese nombre hasta sacarle la substancia del tuétano. Todos comen. Llama la atención cómo quitan del lado sus partes buenas para saborear lo que está podrido de esa persona. En lugar de echar sal o algún otro condimento para dar buen sabor adoban la presa con inventos, creencias y chismes sin confirmar, o confirmados, causando una emoción que atiza la llama de la presa que está cocinándose al carbón. Todo lo que sea suposición o comentario negativo sirve para darle sustancia a la cena que degustan.
Es muy común que se encuentren probando la ambrosía y alguien traiga un nuevo nombre a la mesa. Elles son incluyentes y disfrutan de la variedad de platos sin discriminación alguna. Dependiendo de la sustancia o el picante que traiga el nuevo alimento, los comensales abandonan el actual plato y pasan a uno nuevo. En muchos casos los combinan y hacen una mezcla de sabores dignos de una estrella Michelín. Esto, en el mundo de la trofología, se denomina comer prójimo.
La práctica consiste en poner en el paredón a esa persona que está tranquila tomándose un café y de un momento a otro se le empieza a poner una oreja roja. Si es la izquierda, ¡peligro!, están hablando mal. La oreja derecha tiene un tenue y tímido rosado, no alcanza el furor de la oreja izquierda, lo que significa que alguien está hablando mal y otra persona la defiende, pero su ímpetu no alcanza a equilibrar la balanza de forma positiva.
En algún momento de la conversación, uno de los comensales, en un ataque de conciencia o atisbo de vergüenza, dice: “Yo de acá me voy de último”. Ese, por lo general, es el que cuando se va se despide diciendo: “Ahí les quedo”. Todos ríen. A nadie le importa, porque, en efecto, ahí les queda.
Mi preocupación o, mejor, mi intención es tratar de entender qué es lo que se produce en el cerebro que libera serotonina cuando se habla mal de otra persona. ¿Será un espejo? ¿Será una forma de escudo para que no se hable de nosotros? Los seres humanos tenemos formas muy curiosas de engañarnos. El problema de los desocupados, como yo, es que le buscamos explicación a todo.
Bueno, me voy, ya rajé mucho de ustedes. Recuerden en la próxima conversación masticar prójimo. Saboreen la ambrosía del cotilleo negativo, despierten el imaginario y rajen, pero con estilo, inventen cosas creativas, algo que sea inolvidable, porque comer buen prójimo requiere talento. Nos leemos en quince días. Ahí les quedo. Ya tengo una oreja roja. Eso sí, antes de comer prójimo recuerden que en algún lugar se lo están comiendo a usted. Ese es el maravilloso ciclo de la gastronomía humana