Hace tres días el país, en medio de la excitación del coronavirus, volvió a agitarse con la denuncia aparecida en El Tiempo contra miembros de la aviación militar. Describía la “Operación Bastón”, como suma de irregularidades presentadas en el pago de millonarios recursos por compras de equipos y mantenimientos de aeronaves que nunca se realizaron. Y fue más allá la denuncia. Dice el diario que, “desde el año 2017 el comandante del Ejército de ese entonces denunció ante el alto gobierno esas irregularidades”. Las carpetas con los expedientes fueron engavetadas.
Colombia ha tenido en su ejército una de sus columnas fundamentales para la construcción de Nación. Su trayectoria de respeto a la Carta ha sido evidente. Es tanto así que en el siglo XX, se dio solamente un golpe militar, en 1953, contra el régimen de Laureano Gómez. Hubo algunos ruidos de sables, unos más perceptibles que otros, como los abortados contra los presidentes López Pumarejo, en 1944, y el que se cocinaba solapadamente en 1965 contra Guillermo León Valencia. Excepciones que confirman la regla de que a diferencia de otras naciones vecinas, el ejército colombiano ha sido parte esencial en su vida constitucional.
En todas las encuestas de opinión el ejército encabeza el ranquin de las instituciones más respetadas y apreciadas del país. Muchas gestas en defensa de la democracia tiene a su haber. El 9 de abril de 1948, salvaron las frágiles instituciones colombianas al enfrentar valerosamente las arremetidas de una policía insubordinada contra el poder legítimo y unas muchedumbres armadas y ebrias que destruían a Bogotá. Y luego, en cerca de 60 años del protagonismo de una subversión demencial, ha puesto el pecho para recibir más balas que medallas.
El ministro de Defensa ha reconocido “que hay división en el ejército”. Y esto es grave. Si hay una institución que debe permanecer unida en sus propósitos y objetivos, y obrar con trasparencia, son las Fuerzas Militares. Intuimos que esas escisiones, como lo reconoce Holmes Trujillo, pueden ser reflejo de las pugnas internas heredadas en las conversaciones de reconciliación con las Farc. Discrepancias que pudieron desatar una lucha interna soterrada entre generales, esos sí de división, que formaron facciones, ya para ascender a quienes manifestaban simpatías frente a las decisiones de La Habana, o ya para retirar de las filas castrenses a quienes demostraban reservas al proceso.
Por eso preocupan los escándalos en los que se sindica al ejército de practicar “chuzadas” ilegales, y ahora a sectores militares y civiles, de congelar investigaciones sobre delitos que con el nombre de “Operación Bastón” vislumbran focos de corrupción. Esas acusaciones obligan ir hasta el fondo, para conocer a ciencia cierta si realmente se violaron los protocolos y las normas que garantizan la función de unas FF.MM. transparentes e idóneas como el gran sostén de un Estado legítimo.
Deben aclararse todos estos hechos sombríos, no dejarlos impunes porque eso les da a los adversarios del régimen municiones que saben disparar contra la integridad del ejército. Porque si este se descompone moralmente y se deja ahogar en los escándalos, se resquebrajará su unidad, asomándose el país al precipicio de la anarquía.